REVELACIÓN DEL TERCER SECRETO

El secretario de Estado Vaticano desveló ante el mundo, por encargo del Papa, que en 1917, la Virgen profetizó ante los niños que «un obispo vestido de blanco caerá por tierra como muerto bajo los tiros de un arma de fuego». Cuando se produjo el atentado, Juan Pablo II ya conocía este tercer secreto, pues se lo había revelado Lucía, la única superviviente de las apariciones, lo que explica sus tres peregrinaciones a Fátima con el fin de agradecérselo y que la bala encontrada en su vientre, esté en la corona de la imagen de la Virgen. «Una mano disparó, Otra guió el proyectil.» Para el Papa, la mano de la Virgen le salvó la vida aquel día de primavera. El 13 de mayo de 1982, Juan Pablo II dijo que había ido «para agradecer a Santa María que me haya conservado la vida».
Fátima está vinculada no sólo al atentado, sino a la historia de la Iglesia y del mundo en este siglo. En este lugar portugués, convertido en uno de los puntos de mayor devoción popular del mundo católico, en 1917, la Virgen realizó signos excepcionales y confió un mensaje a los pastorcillos. En el mismo año de la Revolución bolchevique, María anunciaba persecuciones y, al fin, la conversión de Rusia. Juan Pablo II, que en una encíclica ha dedicado un capítulo dedicado a Fátima para celebrar el cumplimiento de la profecía que vaticinaba la resurrección de la Iglesia del Silencio.
En una visión cristiana de la historia, todo esto, ahora, puede ser tremendamente sugestivo: es la Providencia la que, en la época más secularizada de la historia cristiana, está dirigiendo en otra dirección el imperio del ateísmo, aunque es un cambio todavía trabajoso, a menudo lleno de sufrimiento». Domenico del Río, uno de los mejores comentaristas italianos de temas vaticanos, ha escrito: «Es posible que Wojtyla, en su viaje a Fátima, piense en el cumplimiento de la profecía de Maximiliano Kolbe: Un día veréis la imagen de la Inmaculada sobre el pináculo más alto del Kremlin. Pero para esto ha sido necesario mucho dolor, mucho sufrimiento.
En una de sus poesías, Juan Pablo II, pone en boca de San Estanislao a un rey de Polonia: «Mi palabra no te ha convertido, mi sangre te convertirá". En la visión universal de su propia misión, el Papa une su experiencia de sufrimiento a una dimensión mundial. En este pontificado, se pueden ver dos momentos. El primero es el del profeta que grita al mundo, agita el evangelio por encima de las masas, quiere remover la tierra para acercarla a Dios. Ahora, su voz no se alza ya con tanta sonoridad, en sus discursos ha abandonado el grito. Las condenas siguen siendo duras contra los ídolos del mundo, contra las injusticias, contra la guerra. Pero se ha atenuado la vehemencia física. Juan PabIo II quiere siempre convertir al mundo, pero, como su San Estanislao, confía más en en el sufrimiento que en la palabra. La sangre, piensa el Papa, contiene más capacidad de redención.
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