Ofrecimiento de flores espirituales ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en los principales misterios de la vida de María ♦♦♦♦♦♦ Recordar las apariciones de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Meditar en los cuatro dogmas sobre la Virgen María (Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Perpetua virginidad y Asunción al Cielo) ♦♦♦♦♦♦ Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Vivir una devoción real y verdadera a María (Mirar a María como a una madre, demostrarle nuestro cariño, confiar plenamente en Ella, imitar sus virtudes) ♦♦♦♦♦♦ Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María ♦♦♦♦♦♦ Cantar las canciones dedicadas a María

Madre de Dios Hijo

La relación fundamental de María con respecto a su Hijo Jesús es la de su Maternidad. Encontramos la fórmula veneranda del Concilio de Éfeso, definida en el año 431: María es Madre de Dios (Theotokos), como no dudaron los Santos Padres en llamarla. Así la invocaban los fieles ya antes de ese Concilio, en el sigo IV y quizás en el III. En un papiro han llegado hasta nosotros las palabras de la más antigua oración mariana que se rezó en la Iglesia, y que contiene el título de Madre de Dios aplicado a María: Bajo tu misericordia nos refugiamos, ¡oh Madre de Dios!; no desprecies nuestras súplicas en la necesidad, sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita. La oración es muy significativa. Por la relación de Madre que María tiene con Jesús, se comprende la singular eficacia de su intercesión. A esto se debe que los fieles, ya en los primeros siglos, acudieran a Ella confiadamente en su necesidad e indigencia.

Pero, incluso antes de fijar la atención en la importancia intercesora que se deriva de que María es Madre de Dios, convendría subrayar el relieve teológico de primer plano que el título encierra. Frente a Nestorio, san Cirilo de Alejandría y el Concilio de Éfeso comprendieron que lo que estaba en juego era el dogma fundamental del cristianismo: que Jesús es Persona divina; que no hay en Él sino un único sujeto último de responsabilidad, que es la Persona del Logos. Ello permite decir con verdad que Dios (y no sólo un hombre) por nosotros ha padecido, ha sido crucificado e incluso ha sufrido la muerte. Es impresionante que para garantizar esta verdad se recurriera a un título mariano: la Santísima Virgen es la Madre de Dios.

Finalmente conviene no olvidar que la Maternidad de María con respecto al Hijo de Dios asocia su existencia a la de su Hijo. Ella es la Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo. Ella es la Nueva Eva asociada a Cristo, el Nuevo Adán, según una temática que comenzó a desarrollarse en la Iglesia a partir del siglo II. Si la primera Eva dialogó con el demonio, desobedeció a Dios y trajo sobre el mundo muerte y ruina, María, la Nueva Eva, dialoga con el Ángel, obedece a Dios y trae al mundo al Salvador y, con Él, la salvación.

P. Cándido Pozo S.J.