Ofrecimiento de flores espirituales ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en los principales misterios de la vida de María ♦♦♦♦♦♦ Recordar las apariciones de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Meditar en los cuatro dogmas sobre la Virgen María (Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Perpetua virginidad y Asunción al Cielo) ♦♦♦♦♦♦ Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Vivir una devoción real y verdadera a María (Mirar a María como a una madre, demostrarle nuestro cariño, confiar plenamente en Ella, imitar sus virtudes) ♦♦♦♦♦♦ Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María ♦♦♦♦♦♦ Cantar las canciones dedicadas a María

María, mujer de Eucaristía

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Celebrar a María, la madre del Señor es celebrar también la Eucaristía. María es en todo su ser y en toda su existencia “mujer eucarística”.

María vive en actitud de hacer siempre la voluntad de Dios. Ella siempre hace lo que el Señor dice y nos invita : “haced lo que Él os diga”. Ella nos enseña a vivir en el cumplimiento permanente de “Haced esto en conmemoración mía”.

María, ofreciendo su seno virginal y su corazón mismo para la Encarnación del Verbo, ha practicado anticipadamente su fe eucarística. En ella se ha realizado lo que luego será posible realizar sacramentalmente cuando el Señor nos entregue su Cuerpo y su Sangre como comida y bebida para nuestra salvación.

María, ofreciendo a Dios todo, ofreciéndose en la Cruz con su Hijo, hizo posible el misterio de la redención, que es el misterio que se conserva y actualiza en la Eucaristía.

María, reconociendo todos los dones de Dios en su vida, vivió en un Magnificat permanente, en una acción de gracias continua, es decir, en una dimensión verdaderamente eucarística. Ella hizo de su existencia un canto permanente de alabanza y de acción de gracias a Dios.

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Decir tu nombre, María, es decir Eucaristía.

Te asomas al misterio del amor abriendo de par en par tu corazón a la Palabra. Nos invitas a hacer lo que Él nos diga.

Tu seno virginal, abierto para acoger la encarnación de Dios, se hace altar de ofrenda, mesa para todos.¡Dichosa tú que has creído!

Tu fiat abre las puertas al Misterio. Preparas nuestro amén al recibirlo.

Tu Magnificat es una Eucaristía. Rezuma gozo, desvela una Presencia, es respuesta agradecida a tanta gracia.

El pan y el vino: sencillos signos de amor son germen de vida nueva para todos. Un mundo al revés anuncia toda Eucaristía: los poderosos, derribados de los tronos, los humildes, colocados en la altura.

Llevas en las entrañas a tu Hijo, así visitas a las gentes, de camino. Con Isabel lo adoramos en el gozo.

Tu regazo es cuna donde lo colocas, Eucaristía siempre abierta para que lo adoremos asombrados.

Miras y miras a tu Hijo, embelesada. ¡Cómo te brota la ternura al abrazarlo!

Eres modelo de amor a Jesús, para la Iglesia. Sus ojos se encuentran con los tuyos. No es despilfarro ese “mira que te mira” que nos sugieres hacia Jesús Eucaristía.

Al igual que en la Cena de tu Hijo, en tu Corazón todo se anticipa: su muerte en cruz, la alegría de la Pascua.

Jesús es don, lavatorio de pies ininterrumpido, Eucaristía permanente. Todo nos lo da como un derroche. En la Cruz nos regala tu presencia. En la Cena que recrea y enamora, la Fonte que mana y corre aún en la noche.


Gracias, María, por ser Eucaristía.

Gracias por ser reflejo de Jesús Eucaristía.

Gracias por ayudarnos a ser Eucaristía.

Gloria al Padre, dador de tanto amor.

Gloria al Hijo, dador de tanta gracia.

Gloria al Espíritu, dador de comunión.

Gloria a la Trinidad, por ser Eucaristía.

Danos hoy nuestro regalo de cada día ...

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DECÁLOGO PARA COMENZAR LA JORNADA :
1. ¡Buenos días, amigo! Podía empezar diciendo: ¡Hoy va a ser un gran día! o ¡Hoy voy a vivir como si fuera mi último día!... Pues no, ni una cosa ni la otra... Simplemente hoy va a ser otro día... eso sí, hoy, si tú quieres, vas a descubrir algo muy especial que Dios tiene preparado especialmente para ti... ¿Te apuntas?
2. Empieza estirándote a tus anchas... Bueno, más que estirándote, sacudiéndote… Sí, como me oyes, como si tu cuerpo estuviera recibiendo una descarga eléctrica... A ver si de esta manera haces caer al niño que duerme en tu interior.
3. ¡Eh! ¿Dónde vas? ¿A lavarte? Espera un poco. Hoy vas a comenzar el aseo quitándote las legañas del corazón... ¿Que cómo...? Pues muy facilito, renuncia a tu ego por unos minutos (“Es que se me hace tarde, la que me espera en el trabajo, este dolor no se me pasa...”). Recuerda: sólo renunciando a tu yo, dejarás espacio a tu felicidad.
4. ¿Qué te estás poniendo nervioso..,? Eso es bueno, muy bueno. Nos empeñamos en tenerlo todo bajo control, en “domesticarlo” todo, incluso a Dios y, claro, nos perdemos los “encantos salvajes” de la vida.
5. Tantos nervios acumulados, tanta tensión incontrolada, para qué... ¿Te acuerdas de tus años de niño? (Si realmente has hecho correctamente el primer paso, te acordarás). ¿Recuerdas el día de Reyes? ¡Cuánta ilusión, verdad!... No te preocupes, esa actitud expectante es la que tienes que incorporar a tu vida.
6. ¡Hoy estás de enhorabuena! Hoy vas a recibir un hermoso regalo (hoy y todos y cada uno de los días que tú quieras). ¡Prepárate! ¿Ya?... ¡No, por Dios! Con esa cara hasta el regalo se va a asustar... ¡Eso es! Ahora mejor.
7. Salta de la cama y corre a tu corazón. Dios te está esperando con un “peazo paquete.” No te comas el coco pensando cómo agradecerle el obsequio... Ya tendrás tiempo a lo largo del día.
8. Dios sabe que pensar sobre el pasado o preocuparse en exceso por el futuro, nos priva del presente... Por eso hoy Dios te regala las próximas 24 horas. ¡Aprovéchalas! Y te aseguro que no tendrás tiempo para lamentarte por el ayer ni para obsesionarte por el mañana.
9. Ah, se me olvidaba, al salir de casa mira a tu alrededor y verás la cantidad de regalos que Dios hoy va a seguir poniendo a tu alcance... ¿Que cómo identificarlos...? Te daré una pista: la mayoría se mueven y no vienen con envoltorio.
10. En cuanto al último punto, es todo tuyo. Esta noche antes de acostarte, intenta darle forma. Pregúntate por el regalo que Dios te ha hecho... ¿Has “jugado” tanto con él que estás a punto de mandarlo al trastero?... Si es así ¡Felicidades!... Dios mañana te va a regalar otro, más grande, más bonito. Dios, si tú quieres, sólo si tú lo deseas, te sorprenderá de nuevo...

“Ubi Mater, ibi Filius” - María en Pentecostés

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“Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús” (Hechos 1,12)
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La obra y la acción de María no acaba en el Calvario. En el Cenáculo están reunidos los apóstoles -primera Iglesia- con María en espera del Espíritu Santo. ¿Cómo no iba a estar ahí María, Madre de esa Iglesia?

María no pertenece al grupo de los Apóstoles, no ocupa un lugar jerárquico, pero es presencia activa y animadora primera de la oración y la esperanza de la comunidad. María es Madre, alma y aliento de la Iglesia naciente.

La presencia de María en el Cenáculo es solidaridad activa con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. María es una mujer del Espíritu. Su vida está jalonada de intervenciones del Espíritu Santo. Por tanto, toda la vida de María se desarrolla en la fuerza del Espíritu.

Al recibir una vez más María al Espíritu Santo en Pentecostés, recibe la fuerza para cumplir la misión que de ahora en adelante tiene en la historia de la salvación: ser Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para los apóstoles y discípulos de su Hijo, para su Iglesia que es la continuación de la obra de Jesús.

Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. María, en el Cenáculo, es la Reina de los apóstoles y los protege; el Trono de Sabiduría que les enseña a orar y a implorar la venida del Espíritu, la Causa de la alegría y el Consuelo de los afligidos, por eso les anima.
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"Oh María, Tu que eres Madre de la Iglesia, obtén para la Iglesia el don del Espíritu Santo, para que sepa proseguir con constancia hacia el futuro por el camino de la renovación marcada por el Espíritu y que sepa asumir en tal obra renovadora todo lo que es verdadero y bueno, discerniendo asiduamente entre los signos de los tiempos lo que sirve para el advenimiento del Reino de Dios"
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(Juan Pablo II)