CARTA DEL P. ROJAS (S.I) SOLICITANDO LA ADHESIÓN A ESTA CAUSA MARIANA :
00120, CITTÀ DEL VATICANO
Es conocida por todos la frase de Juan Pablo II que definía a España como “la tierra de María” y ¡que cierta es! No se trata aquí de echar una competición para ver si aquí la queremos más que en otros sitios, pero sí que es cierto que toda nuestra tierra vibra en torno a María. Es cierto: como también se ha indicado en muchas ocasiones no hay pueblo de nuestra geografía que no tenga “su Virgen” y que no se vuelque en demostrarla su amor.
Diversas advocaciones que nos descubren detalles maravillosos de la riqueza insondable de la Virgen. Como se descubren luces nuevas al contemplar un diamante según uno lo va girando, así es también con Ella. A más caras del diamante, más asombro, más gozo, más gratitud.
No conozco el Rocío: una pena, la verdad. Mi vida ha estado muy marcada por la Virgen, que me atrajo hacia Ella de una manera muy particular en Fátima, donde fui por primera vez allá por el año 1986, cuando comenzaba a hacer mis primeros “pinitos” en la vida mundana, alejada de Dios. Aquello fue un antídoto, como si hubieran sido dichas para mí las palabras de la Señora a Lucía: “No temas: mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.
Desde entonces hasta hoy, como decía con gracia un compañero sacerdote, he estado allí más veces que los pastorcillos, para encontrarme con la Virgen ayudando a otros y ayudándome yo mismo a profundizar en el mensaje que Ella vino a traer, en la convicción de que es, como dijo Juan Pablo II, el Evangelio dicho a los hombres de hoy, presentado como un modo de vida que desde el amor al Señor y a la Señora, con la penitencia y la oración, trata de asociarse a ellos en la apasionante y ardua tarea de salvar al mundo, a cada hombre, rescatándolos de la esclavitud del pecado, que puede llevarles a la condenación.
Si una cosa me ha dado aquel lugar es la posibilidad de conocer y amar más a la Virgen. Puedo decirlo sin exagerar y sin temor a equivocarme: sin Fátima yo no sería quien soy. Cuando llego me digo: “estoy en casa” y allí paso días maravillosos, sencillos, sin “fuegos artificiales” pero de verdadero cielo y peno cuando me toca, como los apóstoles en el Tabor, volver de nuevo a la llanura y al almanaque en el que voy señalando los días que faltan para regresar… ¿os suena? Me imagino que será lo mismo que muchos de vosotros habréis experimentado al acercaros a la Blanca Paloma, allí, en el Rocío. Es lo que tiene la Virgen: engancha.
No conozco el Rocío, una pena, la verdad, pero seguro que con vosotros comparto muchas cosas, experiencias y vivencias comunes en torno a la única Madre de Dios. Espero que llegue el día en que pueda además contemplar esa nueva luz de esa otra cara del diamante que se contempla, se goza y se vive en la marisma. A nuestra Madre del cielo le confío este deseo.
D. Juan Manuel Uceta, pbro.
La espiritualidad mariana consiste en la configuración con Cristo según el ejemplo de María, contando siempre con su ayuda, imitando su camino de fe.
No es "optativo" en la vida del creyente, Ella está íntimamente unida a la esencia de la espiritualidad de la Iglesia y por lo tanto a la espiritualidad Cristiana.
Tiene su fundamento bíblico en las palabras de Jesús en la Cruz a su Madre: "Mujer aquí tienes a tu hijo" y al discípulo: "Aquí tienes a tu Madre" (Jn. 19). Estas palabras determinan el lugar que ocupa María en la vida del discípulo de Cristo.
Esta Maternidad es un don de Cristo a los discípulos y por medio de ellos a cada hombre que lo acoge como Salvador y Redentor. La profundidad de esta relación se expresa por medio de la entrega y la acogida: acogiendo a la madre, como Juan, entre "sus cosas", el discípulo la introduce en todos los espacios de su vida interior, es decir en su yo humano y cristiano.
La entrega es la respuesta del amor de la madre y expresa la dimensión mariana del auténtico discípulo de Cristo. El que se consagra totalmente a Ella es el único que puede decir verdaderamente y plenamente aquello de que "el discípulo se la llevó a su casa"...
La consagración debe ser un acto libre y consciente, aceptado y vivido como un don.
Para prepararse bien es bueno conocer lo que la Iglesia enseña sobre la Madre de Dios y profundizar, con la ayuda de algún texto, el significado de esta consagración.
Establecida una fecha, en un momento de oración o también durante la Celebración Eucarística, se reza la oración de consagración, que se renovará puntualmente durante toda la vida ese mismo día.
Como signo de la consagración, algunos enamorados de la Virgen, como el Padre Kolbe invitaban a llevar la Medalla, pero sobre todo a ser verdaderos hijos y apóstoles de María, cada uno en su propio ambiente.
Con la consagración, de hecho, no se crea sólo una relación externa con la Virgen, sino que siendo sus hijos, consagrados a Ella como instrumentos, nos vamos transformando gradualmente para ser y vivir como Ella.
La consagración a María se caracteriza por dos actitudes de fondo: la confianza y el ofrecimiento. Confianza en María porque creemos en su amor y en su misión de Madre; la sentimos como anticipo y cumplimiento de aquello que nosotros también seremos. De aquí nace el ofrecimiento: reconociendo su mediación materna, nos abandonamos en Ella, sabiendo que en sus manos nada se perderá.
Le ofrecemos LO QUE SOMOS : Nuestro espíritu con sus aspiraciones; nuestra mente con sus pensamientos, intuiciones, angustias y deseos, nuestro cuerpo con todas sus facultades y sufrimientos, nuestro corazón con todos sus afectos, sentimientos, con la capacidad de amar y de entregarnos.
Le ofrecemos LO QUE HACEMOS : Cada acción, cada palabra, cada gesto, todas las tareas. A veces nos parecerá que no ofrecemos nada a María porque experimentamos la realidad de nuestros límites humanos y espirituales, la incapacidad de hacer el bien que deseamos, el peso de nuestros pecados... y es justamente esto lo que debemos poner en el Corazón y en las manos de María. Ella toma todo nuestro ser, lo enriquece de sus méritos y lo ofrece al Padre como suyo.
IMITAR A LA VIRGEN : éste es el primer paso que brota de la consagración a Ella y que día tras día da, aunque espacio en nosotros, al rostro de Cristo y nos hace sus testigos.
La consagración a María nace del testamento de Cristo crucificado: "Mujer aquí tienes a tu hijo", "Aquí tienes a tu madre" (Jn. 19).
Nos consagramos a María porque Cristo nos la ha dejado como Madre. A cada uno, desde el Bautismo, Él nos repite "Aquí tienes a tu Madre". Como el apóstol Juan que la tomó consigo, nosotros la acogemos junto a los otros dones que Cristo nos ha dejado: la Palabra, la Eucaristía, el Espíritu Santo, la Gracia... y le pedimos que camine con nosotros para testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana.
"Quiero ser todo tuyo María" ha sido el lema del pontificado de Juan Pablo II. Cuando se dirigió a los jóvenes en la XVIII Jornada Mundial de la Juventud les dijo :
"Es Cristo quien hoy os pide expresamente que llevéis a María "a vuestras casas", que la acojáis "entre los propios bienes" para aprender de Ella, que "conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón", la disposición interior para la escucha y la actitud de humildad y de generosidad que la distinguieron como la primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Es Ella la que, mediante su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo esté formado plenamente en vosotros". "No se trata sólo de aprender las cosas que Él nos ha enseñado, sino de "ser Él mismo". ¿Quién más experta y maestra que María? En la divinidad el Espíritu es el Maestro interior que nos trae la plena verdad de Cristo, entre los seres humanos, María es la que mejor conoce a Cristo, nadie como la Madre puede introducirnos a un conocimiento profundo de su misterio".
Claves interpretativas del secreto de Fátima
El lunes, día 26 de Junio, la Iglesia Católica publicaba en su integridad el texto del llamado "Tercer secreto de Fátima", acompañado de un comentario teológico del cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Pocos días antes de las recientes beatificaciones en Fátima, el 27 de Abril, un enviado del Papa, Mons Tarsicio Bertone, acompañado del obispo de Leiria-Fátima, se entrevistaba en el Carmelo de Coimbra con Sor Lucia, con el objeto de manifestarle la decisión del Santo Padre de revelar el secreto, y de pedirle su opinión sobre el documento interpretativo. Las palabras de Sor Lucia fueron claras: "Yo he escrito lo que he visto, no me corresponde a mí la interpretación, sino al Papa". Pero, al mismo tiempo, manifestó su conformidad en la interpretación de su visión: "la visión de Fátima se refiere sobre todo a la lucha del comunismo ateo contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de las víctimas de la fe en el siglo XX".
Apoyados en el documento del Cardenal Ratzinger, intentaremos dar algunas claves de interpretación de este secreto ahora revelado:
1.- Valor de las revelaciones privadas
El valor de las revelaciones privadas, caso del mensaje de Fátima, no es comparable al de la revelación pública. Esta última exige nuestro asentimiento de fe; mientras que en el caso de las revelaciones privadas, los fieles están autorizados a dar su adhesión prudente, después que la Iglesia haya juzgado que el mensaje en cuestión no contiene nada que vaya contra le fe y las costumbres.
Las revelaciones privadas son una ayuda para comprender y vivir el Evangelio en el momento presente. Lo propio de éstas, no es la aportación de datos nuevos, sino subrayar y acentuar aspectos del Evangelio que hayan podido caer en el olvido en los momentos presentes. Por lo tanto, la categoría teológica de las revelaciones privadas es la equiparable al carisma de profecía. Así lo dice la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses: "No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinad cada cosa y quedaros con lo que es bueno" (1 Tes 5, 19-21).
2.- Estructura psicológica de las revelaciones privadas
Se distinguen tres tipos de visiones: la percepción externa (que tenemos a través de los sentidos), la percepción interior, y la visión espiritual (visión intelectual, sin imágenes, propia del estado místico). El cardenal Ratzinger no duda en su documento que, en el caso presente, nos encontramos con unas visiones de percepción interior. Baste recordar que las personas que rodearon en aquellos momentos a los videntes, no vieron nada. Las imágenes descritas por Sor Lucia son la síntesis entre el impulso sobrenatural y la percepción de los sentidos interiores de los videntes. Por este motivo, es claro que este lenguaje ha de ser interpretado en un sentido simbólico, y no con detalle fotográfico.
3.- Determinismo y libertad
No cabe duda de que aquellos que esperaban que el secreto de Fátima revelase predicciones morbosas, al estilo de las efectuadas por Paco Rabanne sobre la destrucción de París, habrán quedado decepcionados. El sentido de la visión no es mostrar la película de un futuro ya determinado de una forma irremediable. Todo lo contrario, se trata de movilizar nuestras fuerzas hacia el bien, en el momento presente. Si se nos advierte de los peligros, es para que nos libremos de ellos.
La visión parte de la certeza de que la oración y la conversión personal, esconden un potencial capaz de cambiar el curso de la historia. Ahora bien, todo ello tiene lugar con el concurso de nuestra libertad. No cabe la interpretación que Alí Agca dio tras revelarse el tercer secreto, en la que se consideraba un mero instrumento del destino. Es cierto que nuestra historia personal está inmersa en una batalla más amplia entre el bien y el mal; pero cada uno es responsable de sus actos y es sujeto activo de su destino.
4.- El siglo de los mártires
El impacto mediático producido tras el adelanto que, el 13 de Mayo, el cardenal Sodano hizo del tercer secreto, quizás haya impedido una idea de conjunto del contenido de la visión de Sor Lucia. Es cierto que en la visión se habla del martirio de "un Obispo vestido de Blanco", y se matiza, "hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre"; pero el conjunto del mensaje va más allá, y nos describe un siglo de martirio para la Iglesia: "y del mismo modo murieron uno tras otro los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones".
El conocimiento que el Papa tenía de este mensaje, nos hace entender las razones más profundas de la convocatoria ecuménica que él mismo hizo en el Coliseo, el pasado 7 de Mayo, para conmemorar a los mártires del siglo XX. A través de los informes que allí se hicieron públicos, supimos que en el presente siglo la Iglesia ha tenido más mártires que en toda su historia.
Pero la visión de Sor Lucia termina con un canto de esperanza: "Bajo los dos brazos de la cruz había dos ángeles; cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los mártires y regaban con ella a las almas que se acercaban a Dios". La Iglesia siempre ha tenido conciencia de que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos; y, de hecho, otro dato constatable de este fin de siglo es que, jamás la Iglesia Católica había tenido tal expansión y tantos candidatos al sacerdocio como en este momento.
5.- El porqué de un silencio
Muchos se preguntan por qué no se ha revelado antes este tercer secreto de Fátima, al igual que se hizo con los dos primeros. En mi opinión, no cabe argumentar en base a las dificultades diplomáticas que se hubiesen originado con los países comunistas. De hecho, es en el segundo secreto de Fátima, revelado en 1941, donde se profetizaba que "Rusia esparciría sus errores por todo el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia".
Posiblemente, la razón por la que ha permanecido en secreto hasta este fin de siglo, hemos de buscarla en el impacto previsible tras una profecía que anunciase un atentado contra el Papa. ¿No hubiese generado esto un concurso morboso, una especie de "efecto llamada", que hubiese convocado a multitud de candidatos, más o menos desequilibrados, impulsados por el sueño de erigirse en los cumplidores de la profecía?
Mons. José Ignacio Munilla Aguirre
Con ocasión del primer aniversario de la muerte de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, es para mí motivo de gran alegría destacar una de las muchas facetas de su espiritualidad: la devoción a Nuestra Señora. Vivió su amor a la Virgen, amor de enamorado, con la profundidad de un teólogo y la sencillez de un niño.
Ya antes de su ordenación percibió que el Señor le pedía algo, que él no sabía concretar ni definir. Pero tenía el deseo ardiente de hacer la voluntad de Dios y, por eso, como el ciego del Evangelio, suplicaba constantemente: «Señor, que vea», y añadía «¡Que sea!».
Desde muy pronto confió a Nuestra Señora la fidelidad total a su vocación. En la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, en 1924, (todavía no era sacerdote), grabó en la peana de una imagen de la Virgen del Pilar esta pequeña jaculatoria: Domina ut sit –«¡Señora, que sea!».
Los cimientos de la Obra, que hoy se llama Opus Dei y cuenta con más de 60.000 asociados de ochenta nacionalidades, se apoyan en la roca viva de la entrañable devoción a Nuestra Señora que tenía su fundador. Más tarde escribiría con un saber, fruto de una experiencia intensamente vivida: «El amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares. Desconfía de la empresa que no tenga esa señal» (Camino, 505).
El Opus Dei está marcado con esta señal desde sus inicios. Y siempre su fundador recorrió los difíciles caminos de la fidelidad mecido en los brazos amorosos de la Madre de Dios y Madre de los hombres.
Para Monseñor Escrivá, las peregrinaciones a los santuarios marianos eran una de las expresiones más bellas de su devoción tierna y fuerte a Nuestra Señora. Le gustaba hacerlas solo o en pequeños grupos, en un clima de recogimiento e intimidad. ¡Con qué encanto nos habla de aquella peregrinación a la que asistieron tan sólo tres personas al santuario de Sonsoles, en los alrededores de Ávila! ¡Y las de Loreto o Lourdes repetidas tantas veces!
En la década de los cuarenta hizo las primeras visitas a Portugal para poner los cimientos del Opus Dei en nuestra patria, que él amaba entrañablemente y a la que le gustaba llamar «Tierra de Santa María». Para él, venir a Portugal era lo mismo que ir a Fátima. Y fue allí, en la Cova de Iria, donde entregó las primicias de la Obra, destinada a producir frutos maravillosos entre las gentes portuguesas de todas las condiciones.
En Tuy visitó a la hermana Lucía, entonces religiosa dorotea, que comprendió admirablemente el espíritu del Opus Dei: santificación en la vida corriente y ordinaria, contemplación en medio del mundo. Para un socio del Opus Dei su celda es la calle. Una anécdota curiosa: fue Lucía la que intervino en la solución de las dificultades burocráticas para que Monseñor Escrivá pudiese entrar en Portugal en aquel momento. Siendo carmelita en Coimbra, recibió en diversas ocasiones al fundador del Opus Dei, que amaba ardientemente la vida religiosa y en especial a las órdenes contemplativas. El Carmelo de Santa Teresa en Coimbra y la Cova de Iria en Fátima eran escalas obligatorias para Monseñor Escrivá, profundamente contemplativo y mariano.
El fundador del Opus Dei amaba con locura al Romano Pontífice y a los obispos de la Santa Iglesia. Por eso no hacia nada sin su aprobación. Habló varias veces con el obispo de Coimbra, don Antonio Antunes, que apoyó con brazos y corazón abiertos, el arranque en aquella ciudad de la Obra, que entonces daba los primeros pasos.
Trató muy de cerca al obispo de Nuestra Señora, don José Alves Correia da Silva, a quien visitaba cuando hacia sus peregrinaciones a la Cova de Iría. Vivía y enseñaba a vivir aquella norma tan antigua: Nihil sine Episcopo -nada sin el obispo-. Tenía un particular afecto hacia don José, manifestado en muestras evidentes de cariño, como el regalo de unas preciosas sacras para la capilla de la Casa Epis¬copal y un expresivo telegrama que encontré en el archivo.
En mayo de 1967, días antes de la peregrinación del Santo Padre, Monseñor Escrivá se hizo también peregrino del Santuario de Fátima, con aquella devoción filial, afectuosa y tierna de la que era capaz su alma de sacerdote, que siempre quiso ser sacerdote, y sólo sacerdote; sacerdote que amaba apasionadamente a Jesús y a su Madre. Al cruzarse en las carreteras de Portugal con los millares de peregrinos, que a pie se dirigían rumbo a Fátima, exclamaba emocionado: « ¡Que Dios os bendiga por el amor que tenéis a su Madre!».
En otra peregrinación, en el año 1970, el fundador del Opus Dei vino a implorar la protección de la Virgen para la Iglesia Santa, herida por el desamor y por los ataques de sus propios hijos. Yo pude verle emocionado recorrer descalzo la última etapa de su peregrinación, rezando con recogimiento el Santo Rosario acompañado por un pequeño grupo de sus hijos espirituales. ¡Monseñor Escrivá, gran teólogo y canonista, confundido con la gente sencilla de nuestra tierra, con viejecitas piadosas y buenas desgranando las cuentas de su rosario cargado de medallas! Así era el rosario de Monseñor Escrivá, adornado con muchas medallas que él besaba devotamente con la ternura y emoción con que besamos el retrato de nuestras madres. Comprendí entonces cómo la ciencia de un teólogo se puede aliar perfectamente a la piedad de un niño. Pensé en los pastorcitos de Aljustrel que vieron a Nuestra Señora y recibieron de ella el gran mensaje de salvación para el mundo de hoy, y pensé también en los pequeños y sencillos del Evangelio a los cuales el Señor prometió el Reino de los Cielos.
La última peregrinación de Monseñor Escrivá al santuario de Fátima fue en otoño de 1972. Centenares de personas de las más variadas procedencias se unieron a él para rezar devotamente el rosario y para recibir el saludable influjo de su fuerte personalidad humana y sobrenatural. Lo que más destacaba en este hombre de Dios era el ansia incontenida del mismo Jesucristo de salvar a todos.
En aquella ocasión llevó a cabo en Portugal una gran catequesis, sencilla y profunda al mismo tiempo. Millares de personas, en Lisboa y en Oporto, principalmente jóvenes y sacerdotes, pudieron oír encantadas la palabra evangélica que él sembraba a manos llenas, en diálogo familiar y comunicativo. Las palabras le brotaban de un corazón ardiente; por eso convencía y arrastraba.
En el amor a la Virgen Santa, Madre de la Iglesia y Madre de la Humanidad entera; en el amor a la Sagrada Familia, a la que le gustaba llamar la Trinidad de la Tierra; en el amor a la Trinidad del Cielo, aprendió él a amar a todos los hombres de todas las razas y condiciones, culturas y religiones. Con el buen humor que le caracterizaba dijo un día al Papa Juan XXIII que no había aprendido de él el ecumenismo, ya que hacía mucho tiempo que lo vivía.
El siervo de Dios se dio enteramente a los hombres; amó apasionadamente el mundo que salió maravilloso de las manos de Dios Creador. Llegó incluso a hablar de «materialismo cristiano» para dar a entender que las realidades terrenas y temporales, todas las tareas honestas de los hombres, son el lugar y el camino de santidad para los hijos de Dios. Esta es su misión: «hacer divinos todos los caminos de la tierra», bajo la protección de la Virgen Santa María, que encarnó la mayor santidad de cualquier criatura a través de la vida ordinaria de cada día.
Que por la intercesión del fundador del Opus Dei sea finalmente vencida esta gran crisis mundial que es una crisis de santos.
26 de diciembre de 1957
"Quiero contaros la última conversación que tuve con Sor Lucía, el 26 de diciembre del año pasado..." "La encontré en su convento muy triste, pálida y demacrada; y me dijo: «Padre, la Santísima Virgen está muy triste, porque nadie hace caso a su Mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos, porque prosiguen su camino de bondad; pero sin hacer caso a este mensaje. Los malos, porque no viendo el castigo de Dios, actualmente sobre ellos, a causa de sus pecados, prosiguen su camino de maldad, sin hacer caso a este Mensaje.»
La preciosa corona que la imagen de la Virgen de Fátima (del Santuario) lleva sólo los días 12 y 13 de cada mes. Fue un obsequio de damas portuguesas. Es de oro macizo, pesa 1,2 kg., está engarzada con 313 perlas y 2,679 piedras preciosas. En el centro fue colocada la bala que Juan Pablo II ofreció a la Señora de Fátima como señal de gratitud por la protección que le dispensó durante el atentado del 13 de mayo de 1981 en Roma.
Durante su visita del año 2000 el Santo Padre le dono a la Virgen un regalo preciado : “Este anillo, con la efigie de Nuestra Señora y las palabras “Totus Tuus”, me lo dio el Cardenal Stefan Wyszynski, en los primeros días de mi Pontificado. Con mucha alegría, lo ofrezco a Nuestra Señora de Fátima en señal de mi profunda gratitud por la protección que me tiene concedida”, decía Juan Pablo II en Fátima un “Santuario impregnado del Papa Wojtyla”
1. "Yo te bendigo, Padre, (...) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25).
Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.
Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza ardiente" del Altísimo.
2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".
En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.
Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.
3. "Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12, 3).Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".
4. La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores".
Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio.
Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.
Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.
6. Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela" de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad.
Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.
7. "Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.
1. “E da quel momento il discepolo la prese nella sua casa” (Gv 19,27).
Con queste parole si chiuse il Vangelo dell’odierna liturgia a Fatima. Il nome del discepolo era Giovanni. Proprio lui, Giovanni, figlio di Zebedeo, apostolo ed evangelista, sentì dall’alto della croce le parole di Cristo: “Ecco la tua madre”. Prima invece Cristo aveva detto a sua Madre: “Donna, ecco il tuo figlio”.
Era questo un mirabile testamento.
Lasciando questo mondo Cristo diede a sua Madre un uomo che fosse per lei come un figlio: Giovanni. Lo affidò a lei. E, in conseguenza di questo dono e di questo affidamento, Maria diventò madre di Giovanni. La Madre di Dio è divenuta madre dell’uomo.
Da quell’ora Giovanni “la prese nella sua casa” e diventò il custode terreno della Madre del suo Maestro; è infatti diritto e dovere dei figli aver cura della madre. Soprattutto però Giovanni diventò per volontà di Cristo il figlio della Madre di Dio. E in Giovanni diventò figlio di lei ogni uomo.
2. “La prese della sua casa” può anche significare, letteralmente, nella sua abitazione.
Una particolare manifestazione della maternità di Maria riguardo agli uomini sono i luoghi, nei quali Ella s’incontra con loro; le case nelle quali Ella abita; case nelle quali si risente una particolare presenza della Madre.
Tali luoghi e tali case sono numerosissimi. E sono di una grande varietà: dalle edicole nelle abitazioni o lungo le strade, nelle quali risplende l’immagine della Madre di Dio, alle Cappelle e alle Chiese costruite in suo onore. Ci sono però alcuni luoghi, nei quali gli uomini sentono particolarmente viva la presenza della Madre. A volte questi posti irradiano ampiamente la loro luce, attirano la gente da lontano. Il loro raggio può estendersi ad una diocesi, a un’intera nazione, a volte a più nazioni e persino a più continenti. Sono questi i Santuari mariani.
In tutti questi luoghi si realizza in modo mirabile quel singolare testamento del Signore Crocifisso: l’uomo vi si sente consegnato e affidato a Maria; l’uomo vi accorre per stare con lei come con la propria Madre; l’uomo apre a lei il suo cuore e le parla di tutto: “la prende nella sua casa”, cioè dentro tutti i suoi problemi, a volte difficili. Problemi propri ed altrui. Problemi delle famiglie, delle società, delle nazioni, dell’intera umanità.
3. Non è così il Santuario di “Lourdes” nella vicina Francia? Non lo è “Jasna Góra” in terra polacca, il Santuario della mia Nazione, che celebra quest’anno il suo giubileo di seicento anni?
Sembra che anche lì, come in tanti altri Santuari mariani sparsi nel mondo, con una forza di particolare autenticità risuonino queste parole dell’odierna liturgia:
“Tu splendido onore della nostra gente” (Gdt 15,10), ed anche le altre:
“Di fronte all’umiliazione della nostra stirpe /... hai sollevato il nostro abbattimento / comportandoti rettamente davanti al nostro Dio” (Gdt 13,20).
Queste parole risuonano a Fatima così come un’eco particolare delle esperienze non solo della nazione portoghese, ma anche di tante altre nazioni e popoli che si trovano sul globo terrestre: sono anzi l’eco della esperienza di tutta l’umanità contemporanea, di tutta la famiglia umana.
4. Vengo dunque qui oggi perché proprio in questo giorno dello scorso anno, in piazza san Pietro a Roma, si è verificato l’attentato alla vita del Papa, misteriosamente coinciso con l’anniversario della prima apparizione a Fatima, che ebbe luogo il 13 maggio del 1917.
Queste date si sono incontrate tra loro in modo tale che mi è parso di riconoscervi una speciale chiamata a venire qui. Ed ecco, oggi sono qui. Sono venuto a ringraziare la Divina Provvidenza in questo luogo che la Madre di Dio sembra avere così particolarmente scelto. “Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti” (Lam 3,22), ripeto ancora una volta con il profeta.
Sono venuto soprattutto per confessare qui la gloria di Dio stesso:
“Benedetto il Signore Dio che ha creato il cielo e la terra”, dico con le parole dell’odierna liturgia (Gdt 13,18).
E verso il Creatore del cielo e della terra alzo anche quello speciale inno di gloria, che è lei stessa, l’Immacolata Madre del Verbo incarnato:
“Benedetta sei tu, figlia, davanti al Dio altissimo più di tutte le donne che vivono sulla terra...
Davvero il coraggio che ti ha sostenuto non cadrà dal cuore degli uomini che ricorderanno per sempre la potenza di Dio. Dio dia esito felice a questa impresa a tua perenne esaltazione” (Gdt 13,18-20).
Alla base di questo canto di lode, che la Chiesa eleva con gioia qui come in tanti luoghi della terra, si trova l’incomparabile scelta di una figlia del genere umano come Madre di Dio.
E dunque sia adorato soprattutto Dio: Padre, Figlio e Spirito Santo.
Sia benedetta e venerata Maria, tipo della Chiesa, in quanto “dimora della santissima Trinità”.
5. Sin dal tempo in cui Gesù, morendo sulla croce, disse a Giovanni: “Ecco la tua Madre”; sin dal tempo in cui “il discepolo la prese nella sua casa”, il mistero della maternità spirituale di Maria ha avuto il suo adempimento nella storia con un’ampiezza senza confini. Maternità vuol dire sollecitudine per la vita del figlio. Ora, se Maria è madre di tutti gli uomini, la sua premura per la vita dell’uomo è di una portata universale. La premura di una madre abbraccia l’uomo intero. La maternità di Maria ha il suo inizio nella sua materna cura per Cristo. In Cristo Ella ha accettato sotto la croce Giovanni e, in lui, ha accettato ogni uomo e tutto l’uomo. Maria tutti abbraccia con una sollecitudine particolare nello Spirito Santo. È infatti lui, come professiamo nel nostro “Credo”, colui che “dà la vita”. È lui che dà la pienezza della vita aperta verso l’eternità.
La maternità spirituale di Maria è dunque partecipazione alla potenza dello Spirito Santo, di Colui che “dà la vita”. Essa è insieme l’umile servizio di Colei che dice di sé: “Eccomi, sono la serva del Signore” (Lc 1,38).
Alla luce del mistero della maternità spirituale di Maria, cerchiamo di capire lo straordinario messaggio, che cominciò a risuonare nel mondo da Fatima sin dal 13 maggio 1917 e si prolungò per cinque mesi fino al 13 ottobre dello stesso anno.
6. La Chiesa ha sempre insegnato e continua a proclamare che la rivelazione di Dio è portata a compimento in Gesù Cristo, il quale ne è la pienezza, e che “non è da aspettarsi alcun’altra rivelazione pubblica prima della manifestazione gloriosa del Signore” (Dei Verbum, 4). La Chiesa valuta e giudica le rivelazioni private secondo il criterio della loro conformità con tale unica Rivelazione pubblica.
Se la Chiesa ha accolto il messaggio di Fatima è soprattutto perché esso contiene una verità e una chiamata, che nel loro fondamentale contenuto sono la verità e la chiamata del Vangelo stesso.
“Convertitevi, (fate penitenza) e credete al Vangelo” (Mc 1,15), sono queste le prime parole del Messia rivolte all’umanità. Il messaggio di Fatima è nel suo nucleo fondamentale la chiamata alla conversione e alla penitenza, come nel Vangelo. Questa chiamata è stata pronunciata all’inizio del XX secolo, e, pertanto, a questo secolo è stata particolarmente rivolta. La Signora del messaggio sembra leggere con una speciale perspicacia i “segni dei tempi”, i segni del nostro tempo.
L’appello alla penitenza è materno e, al tempo stesso, forte e deciso. La carità che “si compiace della verità” (1Cor 13,6), sa essere schietta e decisa. La chiamata alla penitenza si unisce, come sempre, con la chiamata alla preghiera. Conformemente alla tradizione di molti secoli, la Signora del messaggio di Fatima indica il “Rosario”, che giustamente si può definire “la preghiera di Maria”: la preghiera, nella quale Ella si sente particolarmente unita con noi. Lei stessa prega con noi. Con questa preghiera si abbracciano i problemi della Chiesa, della Sede di san Pietro, i problemi di tutto il mondo. Inoltre, si ricordano i peccatori, perché si convertano e si salvino, e le anime del purgatorio.
Le parole del messaggio sono state rivolte a fanciulli dai 7 ai 10 anni d’età. I fanciulli, come Bernardetta di Lourdes, sono particolarmente privilegiati in queste apparizioni della Madre di Dio.
Da qui il fatto che anche il suo linguaggio è semplice, a misura della loro comprensione. I bambini di Fatima sono diventati gli interlocutori della Signora del messaggio ed anche i suoi collaboratori. Una di essi vive ancora.
7. Quando Gesù disse sulla Croce: “Donna, ecco il tuo figlio” (Gv 19,26) – in modo nuovo aprì il cuore di sua Madre, il Cuore Immacolato, e le rivelò la nuova dimensione dell’amore e la nuova portata dell’amore, al quale era chiamata nello Spirito Santo con la forza del sacrificio della Croce.
Nelle parole di Fatima ci sembra di ritrovare proprio questa dimensione dell’amore materno, che col suo raggio comprende tutta la strada dell’uomo verso Dio: quella che conduce attraverso la terra, e quella che va, attraverso il purgatorio, oltre la terra. La sollecitudine della Madre del Salvatore è la sollecitudine per l’opera della salvezza: l’opera del suo Figlio. È sollecitudine per la salvezza, per l’eterna salvezza di tutti gli uomini. Mentre si compiono ormai 65 anni da quel 13 maggio 1917, è difficile non scorgere come questo amore salvifico della Madre abbracci nel suo raggio, in modo particolare, il nostro secolo.
Alla luce dell’amore materno comprendiamo tutto il messaggio della Signora di Fatima. Ciò che più direttamente si oppone al cammino dell’uomo verso Dio è il peccato, il perseverare nel peccato, e, infine, la negazione di Dio. La programmata cancellazione di Dio dal mondo dell’umano pensiero. Il distacco da lui di tutta la terrena attività dell’uomo. Il rifiuto di Dio da parte dell’uomo.
In realtà l’eterna salvezza dell’uomo è solo in Dio. Il rifiuto di Dio da parte dell’uomo, se diventa definitivo, guida logicamente al rifiuto dell’uomo da parte di Dio (cf. Mt 7,23; 10,33), la dannazione.
Può la Madre, la quale con tutta la potenza del suo amore, che nutre nello Spirito Santo, desidera la salvezza di ogni uomo, tacere su ciò che mina le basi stesse di questa salvezza? No, non lo può!
Per questo, il messaggio della Signora di Fatima, così materno, è al tempo stesso così forte e deciso. Sembra severo. È come se parlasse Giovanni Battista sulle sponde del Giordano. Invita alla penitenza. Avverte. Chiama alla preghiera. Raccomanda il Rosario.
Questo messaggio è rivolto ad ogni uomo. L’amore della Madre del Salvatore arriva dovunque giunge l’opera della salvezza. Oggetto della sua premura sono tutti gli uomini della nostra epoca, ed insieme le società, le nazioni e i popoli. Le società minacciate dalla apostasia, minacciate dalla degradazione morale. Il crollo della moralità porta con sé il crollo delle società.
8. Cristo disse sulla Croce: “Donna, ecco il tuo figlio”. Con questa parola aprì, in modo nuovo, il Cuore di sua Madre. Poco dopo, la lancia del soldato romano trafisse il costato del Crocifisso.
Quel Cuore trafitto è diventato il segno della redenzione compiuta mediante la morte dall’Agnello di Dio.
Il Cuore Immacolato di Maria, aperto dalla parola: “Donna, ecco il tuo figlio”, si incontra spiritualmente col Cuore del Figlio aperto dalla lancia del soldato. Il Cuore di Maria è stato aperto dallo stesso amore per l’uomo e per il mondo, con cui Cristo ha amato l’uomo ed il mondo, offrendo per essi se stesso sulla Croce, fino a quel colpo di lancia del soldato.
Consacrare il mondo al Cuore Immacolato di Maria significa avvicinarci, mediante l’intercessione della Madre, alla stessa Sorgente della Vita, scaturita sul Golgota. Questa Sorgente ininterrottamente zampilla con la redenzione e con la grazia. Continuamente si compie in essa la riparazione per i peccati del mondo. Incessantemente essa è fonte di vita nuova e di santità.
Consacrare il mondo all’Immacolato Cuore della Madre, significa ritornare sotto la Croce del Figlio. Di più: vuol dire consacrare questo mondo al Cuore trafitto del Salvatore, riportandolo alla fonte stessa della sua Redenzione. La Redenzione è sempre più grande del peccato dell’uomo e del “peccato del mondo”. La potenza della Redenzione supera infinitamente tutta la gamma del male, che è nell’uomo e nel mondo.
Il Cuore della Madre ne è consapevole, come nessun altro in tutto il cosmo, visibile ed invisibile.
E per questo chiama.
Chiama non solo alla conversione, chiama a farci aiutare da lei, Madre, per ritornare alla fonte della Redenzione.
9. Consacrarsi a Maria significa farsi aiutare da lei ad offrire noi stessi e l’umanità a “Colui che è Santo”, infinitamente Santo; farsi aiutare da lei – ricorrendo al suo Cuore di Madre, aperto sotto la croce all’amore verso ogni uomo, verso il mondo intero – per offrire il mondo, e l’uomo, e l’umanità, e tutte le nazioni, a Colui che è infinitamente Santo. La santità di Dio si è manifestata nella redenzione dell’uomo, del mondo, dell’intera umanità, delle nazioni: redenzione avvenuta mediante il Sacrificio della Croce. “Per loro io consacro me stesso”, aveva detto Gesù (Gv 17,19).
Con la potenza della redenzione il mondo e l’uomo sono stati consacrati. Sono stati consacrati a Colui che è infinitamente Santo. Sono stati offerti ed affidati all’Amore stesso, all’Amore misericordioso.
La Madre di Cristo ci chiama e ci invita ad unirci alla Chiesa del Dio vivo in questa consacrazione del mondo, in questo affidamento mediante il quale il mondo, l’umanità, le nazioni, tutti i singoli uomini sono offerti all’Eterno Padre con la potenza della Redenzione di Cristo. Sono offerti nel Cuore del Redentore trafitto sulla Croce.
La Madre del Redentore ci chiama, ci invita e ci aiuta ad unirci a questa consacrazione, a questo affidamento del mondo. Allora infatti ci troveremo il più vicino possibile al Cuore di Cristo trafitto sulla Croce.
10. Il contenuto dell’appello della Signora di Fatima è così profondamente radicato nel Vangelo e in tutta la Tradizione, che la Chiesa si sente impegnata da questo messaggio.
Essa vi ha risposto col Servo di Dio Pio XII (la cui ordinazione episcopale era avvenuta precisamente il 13 maggio 1917), il quale volle consacrare al Cuore Immacolato di Maria il genere umano e specialmente i popoli della Russia. Con quella consacrazione egli non ha soddisfatto forse all’evangelica eloquenza dell’appello di Fatima?
Il Concilio Vaticano II, nella costituzione dogmatica sulla Chiesa Lumen Gentium e nella costituzione pastorale sulla Chiesa nel mondo contemporaneo Gaudium et Spes, ha illustrato ampiamente le ragioni del legame che unisce la Chiesa con il mondo di oggi. Al tempo stesso, il suo insegnamento sulla particolare presenza di Maria nel mistero di Cristo e della Chiesa, è maturato nell’atto con cui Paolo VI, chiamando Maria anche “Madre” della Chiesa, ha indicato in modo più profondo il carattere della sua unione con la Chiesa, e della sua sollecitudine per il mondo, per l’umanità, per ogni uomo, per tutte le nazioni: la sua maternità.
In questo modo si è approfondita ancora di più la comprensione del senso della consacrazione, che la Chiesa è chiamata a fare ricorrendo all’aiuto del Cuore della Madre di Cristo e Madre nostra.
11. Con che cosa si presenta, oggi, davanti alla Genitrice del Figlio di Dio, nel suo Santuario di Fatima, Giovanni Paolo II, successore di Pietro, prosecutore dell’opera di Pio, di Giovanni, di Paolo, e particolare erede del Concilio Vaticano II?
Si presenta, rileggendo con trepidazione quella chiamata materna alla penitenza, alla conversione: quell’appello ardente del Cuore di Maria risuonato a Fatima 65 anni fa. Sì, lo rilegge con la trepidazione nel cuore, perché vede quanti uomini e quante società, quanti cristiani, siano andati nella direzione opposta a quella indicata dal messaggio di Fatima. Il peccato ha guadagnato un così forte diritto di cittadinanza nel mondo e la negazione di Dio si è così ampiamente diffusa nelle ideologie, nelle concezioni e nei programmi umani!
Ma proprio per questo, l’invito evangelico alla penitenza e alla conversione, pronunciato con le parole della Madre, è sempre attuale. Ancora più attuale di 65 anni fa. E ancor più urgente. Perciò esso diventa l’argomento del prossimo Sinodo dei Vescovi, nell’anno venturo, Sinodo al quale già ci stiamo preparando.
Il successore di Pietro si presenta qui anche come testimone delle immense sofferenze dell’uomo, come testimone delle minacce quasi apocalittiche, che incombono sulle nazioni e sull’umanità.
Queste sofferenze egli cerca di abbracciare col proprio debole cuore umano, mentre si pone di fronte al mistero del Cuore della Madre, del Cuore Immacolato di Maria.
Nel nome di queste sofferenze, con la consapevolezza del male che dilaga nel mondo e minaccia l’uomo, le nazioni, l’umanità, il successore di Pietro si presenta qui con una fede più grande nella redenzione del mondo, in questo Amore salvifico che è sempre più forte, sempre più potente di ogni male.
Se dunque il cuore si stringe per il senso del peccato del mondo e per la gamma delle minacce, che si addensano sull’umanità, questo stesso cuore umano si dilata nella speranza col compiere ancora una volta ciò che hanno già fatto i miei predecessori: consacrare cioè il mondo al Cuore della Madre, consacrargli specialmente quei popoli, che ne hanno particolarmente bisogno. Questo atto vuol dire consacrare il mondo a Colui che è infinita Santità. Questa Santità significa redenzione, significa amore più potente del male.
Mai nessun “peccato del mondo” può superare questo Amore.
Ancora una volta. Infatti l’appello di Maria non è per una volta sola. Esso è aperto alle sempre nuove generazioni, secondo i sempre nuovi “segni dei tempi”. Si deve incessantemente ad esso ritornare. Riprenderlo sempre di nuovo.
12. Scrisse l’Autore dell’Apocalisse:
“Vidi anche la città santa, la nuova Gerusalemme, scendere dal cielo, da Dio, pronta come una sposa adorna per il suo sposo. Udii allora una voce potente che usciva dal trono: "Ecco la dimora di Dio con gli uomini! Egli dimorerà tra di loro ed essi saranno suo popolo, ed egli sarà il Dio-con-loro"” (Ap 21,2ss).
Di tale fede vive la Chiesa.
Con tale fede cammina il Popolo di Dio.
“La dimora di Dio con gli uomini” è già sulla terra.
E in essa è il Cuore della Sposa e della Madre, Maria, ornato con il gioiello dell’immacolata concezione: il Cuore della Sposa e della Madre aperto sotto la Croce dalla parola del Figlio ad un nuovo grande amore dell’uomo e del mondo; il Cuore della Sposa e della Madre consapevole di tutte le sofferenze degli uomini e delle società di questa terra.
Il Popolo di Dio è pellegrino sulle strade di questo mondo nella direzione escatologica. Compie il pellegrinaggio verso l’eterna Gerusalemme, verso la “dimora di Dio con gli uomini”.
Là, Dio “tergerà ogni lacrima dai loro occhi; non ci sarà più la morte, né lutto, né lamento, né affanno, perché le cose di prima sono passate” (cf. Ap 21,4).
Ma ora “le cose di prima” durano ancora. Proprio esse costituiscono lo spazio temporale del nostro pellegrinaggio.
Perciò guardiamo verso “Colui che siede sul trono, che dice: "Ecco, io faccio nuove tutte le cose"” (cf. Ap 21,5).
Ed insieme all’evangelista ed apostolo cerchiamo di vedere con gli occhi della fede “il cielo e la terra nuovi” perché il cielo di prima e la terra di prima sono già passati...
Ma finora “il cielo di prima e la terra di prima” perdurano intorno a noi e dentro di noi. Non possiamo ignorarlo. Questo ci consente però di riconoscere quale immensa grazia è stata concessa all’uomo quando, in mezzo a questo peregrinare, sull’orizzonte della fede dei nostri tempi si è acceso questo “Segno grandioso: una Donna” (Ap 12,1)!
Sì, veramente possiamo ripetere: “Benedetta sei tu, figlia, davanti al Dio altissimo più di tutte le donne che vivono sulla terra!
... comportandoti rettamente, davanti al nostro Dio,
... hai sollevato il nostro abbattimento”.
Veramente! Sei benedetta!
Sì, qui e in tutta la Chiesa, nel cuore di ogni uomo e nel mondo intero: sii benedetta o Maria, Madre nostra dolcissima!