Ofrecimiento de flores espirituales ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en los principales misterios de la vida de María ♦♦♦♦♦♦ Recordar las apariciones de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Meditar en los cuatro dogmas sobre la Virgen María (Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Perpetua virginidad y Asunción al Cielo) ♦♦♦♦♦♦ Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Vivir una devoción real y verdadera a María (Mirar a María como a una madre, demostrarle nuestro cariño, confiar plenamente en Ella, imitar sus virtudes) ♦♦♦♦♦♦ Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María ♦♦♦♦♦♦ Cantar las canciones dedicadas a María

Fátima y El Rocío


Es conocida por todos la frase de Juan Pablo II que definía a España como “la tierra de María” y ¡que cierta es! No se trata aquí de echar una competición para ver si aquí la queremos más que en otros sitios, pero sí que es cierto que toda nuestra tierra vibra en torno a María. Es cierto: como también se ha indicado en muchas ocasiones no hay pueblo de nuestra geografía que no tenga “su Virgen” y que no se vuelque en demostrarla su amor.

Diversas advocaciones que nos descubren detalles maravillosos de la riqueza insondable de la Virgen. Como se descubren luces nuevas al contemplar un diamante según uno lo va girando, así es también con Ella. A más caras del diamante, más asombro, más gozo, más gratitud.

No conozco el Rocío: una pena, la verdad. Mi vida ha estado muy marcada por la Virgen, que me atrajo hacia Ella de una manera muy particular en Fátima, donde fui por primera vez allá por el año 1986, cuando comenzaba a hacer mis primeros “pinitos” en la vida mundana, alejada de Dios. Aquello fue un antídoto, como si hubieran sido dichas para mí las palabras de la Señora a Lucía: “No temas: mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.

Desde entonces hasta hoy, como decía con gracia un compañero sacerdote, he estado allí más veces que los pastorcillos, para encontrarme con la Virgen ayudando a otros y ayudándome yo mismo a profundizar en el mensaje que Ella vino a traer, en la convicción de que es, como dijo Juan Pablo II, el Evangelio dicho a los hombres de hoy, presentado como un modo de vida que desde el amor al Señor y a la Señora, con la penitencia y la oración, trata de asociarse a ellos en la apasionante y ardua tarea de salvar al mundo, a cada hombre, rescatándolos de la esclavitud del pecado, que puede llevarles a la condenación.

Si una cosa me ha dado aquel lugar es la posibilidad de conocer y amar más a la Virgen. Puedo decirlo sin exagerar y sin temor a equivocarme: sin Fátima yo no sería quien soy. Cuando llego me digo: “estoy en casa” y allí paso días maravillosos, sencillos, sin “fuegos artificiales” pero de verdadero cielo y peno cuando me toca, como los apóstoles en el Tabor, volver de nuevo a la llanura y al almanaque en el que voy señalando los días que faltan para regresar… ¿os suena? Me imagino que será lo mismo que muchos de vosotros habréis experimentado al acercaros a la Blanca Paloma, allí, en el Rocío. Es lo que tiene la Virgen: engancha.

No conozco el Rocío, una pena, la verdad, pero seguro que con vosotros comparto muchas cosas, experiencias y vivencias comunes en torno a la única Madre de Dios. Espero que llegue el día en que pueda además contemplar esa nueva luz de esa otra cara del diamante que se contempla, se goza y se vive en la marisma. A nuestra Madre del cielo le confío este deseo.

D. Juan Manuel Uceta, pbro.

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