Al llamar Isabel, movida por el Espíritu Santo, a María "Madre de mi Señor", manifiesta que la Virgen es Madre de Dios.
San Juan Crisóstomo se admiraba en la contemplación de esta escena del Evangelio : "Ved qué nuevo y admirable es este misterio : Aún no ha salido del seno y ya habla mediante saltos; aún no se le permite clamar y ya se le escucha por los hechos [...]; aún no ve la luz y ya indica cuál es el Sol; aún no ha nacido y ya se apresura a hacer de Precursor. Estando presente el Señor, no puede contenerse ni soporta esperar los plazos de la naturaleza, sino que trata de romper la cárcel del seno materno y se cuida de dar testimonio de que el Salvador está a punto de llegar".
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