LLAMADA A LA PENITENCIA

El mensaje de Fátima es, en su núcleo fundamental, una llamada a la conversión y a la penitencia, como en el Evangelio. La Señora del mensaje parecía leer con una perspicacia especial los signos de los tiempos, los signos de nuestro tiempo.
“La llamada a la penitencia es una llamada maternal; y, a la vez, es enérgica y hecha con decisión” (JUAN PABLO II, Homilía en Fátima, 13-V-1982)
Hoy, en nuestra oración, nos llega esta voz a la vez dulce y fuerte de la Virgen, que apremia, como dirigida personalmente a cada uno de nosotros.
A lo largo de todo el Evangelio resuenan las palabras “arrepentíos” y “haced penitencia”. Jesús comenzará su misión pidiendo penitencia: “haced penitencia, porque está cerca el Reino de los Cielos”.
La Virgen nos recuerda que sin penitencia no se recibe el Reino de su Hijo; sin penitencia se está en el reino del pecado. Sin penitencia, todos igualmente pereceréis, había anunciado el Señor. Por eso, en el mensaje que difunden los Apóstoles, recién nacida la Iglesia, la predicación de esta virtud ocupará un lugar esencial.
Todo el tiempo de la Iglesia peregrina, en el que nos encontramos, aparece como “spatium verae poenitentiae”, un tiempo de verdadera penitencia concedido por el Señor para que nadie perezca.
Es necesaria la penitencia porque existe el pecado y nosotros no somos ajenos a él, porque es necesario reparar por tantas faltas y debilidades propias y de nuestros hermanos los hombres, y porque nadie, sin un privilegio especial y extraordinario, está confirmado en gracia. “La finalidad última de la penitencia -enseña el Papa Juan Pablo II- consiste en lograr que amemos intensamente a Dios y nos consagremos a Él”. (JUAN PABLO II, Homilía en Fátima)
El Santo Cura de Ars solía afirmar que “nos es tan necesaria para el alma como el respirar para la vida del cuerpo”. (Sermones sobre la penitencia)
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