
Esa tarde los pastorcitos acababan de merendar, ya había dejado de llover y querían jugar, pero antes siempre rezaban el Rosario, por eso para hacerlo más breve y tener más tiempo para sus juegos, acortaban las oraciones y sólo enunciaban lo que iban a rezar (“Padre Nuestro, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Ave Mª, Gloria”)
Es curioso cómo nos buscamos siempre mil excusas con tal de acortar aún más nuestro “acortado tiempo“ dedicado a Dios, ¿excusas? ¡a cuál más original! Claro que en este caso, yo me planteo cuando viene la tentación perezosa de “no pasa nada por no rezarlo hoy” que como ya decía el beato Juan XXIII “El peor Rosario es el que no se reza”.
Los pastorcitos se ve que esto lo tenían algo más claro... (un método “original” para los momentos de tentación o abatimiento) antes “poco” que “nada”. Aunque sigo preguntándome cada vez que me pongo ante la mirada de la Madre en la Capelinha si el Hijo se contentará “algo” con mis migajas...
“No temáis” son las primeras palabras del ángel. Las repite el Señor tantas veces en el Evangelio y las tenemos tan repetidas en los últimos pontificados de nuestra Historia presente, que podríamos decir que es el “grito de moda”, la “arenga” de esta santa Empresa : “No tengáis miedo” porque traigo la Paz, pero no la paz del mundo, esa firmada con condiciones, a modo de contrato, con no sé cuántos artículos, disposiciones y cláusulas, entre vencedores y vencidos (los que me caen bien o están por debajo de mí porque ya los he subyugado, vaya). No trae “su paz”, trae “La Paz”, esa que sólo puede dar Quien la posee, porque es el único “Príncipe de la Paz”.
“No temáis” es una llamada firme a no perder la Paz... y la perdemos tan fácilmente... ¿sabremos acaso en realidad que es eso llamado “Paz” o la dejamos “evaporarse” porque no tenemos ni idea de en qué consiste auténticamente?
Les enseña a orar para reparar y consolar el Corazón de la Madre, y en el Suyo el del Hijo : “Orad conmigo : “Dios mío, yo creo, adoro...” y lo repiten con el ángel tres veces. Sencillamente preciosa, oración de reparación por excelencia, muy adecuada para los momentos previos a recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor en cada Eucaristía. Inmolarse y a la vez hacer esa comunión espiritual en un sístole-diástole como Juan en el Cenáculo, reclinado sobre el pecho del Señor : Yo creo en Ti, Te adoro, espero en Ti y Te amo. Te pido perdón por los que no creen en Ti, no Te adoran, no esperan en Ti y no Te aman... mejor aún esto acompañado de una composición de lugar en cada circunstancia por la que se repara recordando momentos personales o concretos de otros en los que hemos presenciado esta falta de fe, esperanza y caridad hacia Aquel que no es Amado, a veces ni siquiera por “los suyos”.
“Los corazones de Jesús y María están atentos a vuestras súplicas”, qué gran privilegio y consuelo, el Rey y la Reina deseando oír cualquier pensamiento que salga de sus labios o de su corazón, pero a la vez qué enorme responsabilidad y misión, ser portadores de tantas súplicas, una misión de gran intercesión por el mundo. Hoy como ayer, a nosotros como a ellos, los Corazones de Jesús y María están atentos continuamente a nuestras súplicas, porque “... jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia haya sido abandonado por Tí....”
Es llamativo cómo guardaban celosamente lo que se les comunicaba como si fueran secretos inconfesables, a pesar de que no se les imponía este sigilo, ellos decían no necesitarlo, ni siquiera recomendárselo entre ellos, porque la situación lo imponía por sí misma.
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