Ofrecimiento de flores espirituales ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en los principales misterios de la vida de María ♦♦♦♦♦♦ Recordar las apariciones de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Meditar en los cuatro dogmas sobre la Virgen María (Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Perpetua virginidad y Asunción al Cielo) ♦♦♦♦♦♦ Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Vivir una devoción real y verdadera a María (Mirar a María como a una madre, demostrarle nuestro cariño, confiar plenamente en Ella, imitar sus virtudes) ♦♦♦♦♦♦ Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María ♦♦♦♦♦♦ Cantar las canciones dedicadas a María

1) María es la Madre de Dios.

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¡Tantas veces lo hemos escuchado y lo rezamos cada día que tal vez ya nos hemos acostumbrado! Debido a nuestra educación y al ambiente en el que vivimos, tal vez ya no nos impresiona ni nos dice nada –como sucede, tristemente, con tantas otras verdades y misterios de nuestra fe—. A fuerza de repetir las cosas, nos hemos arrutinado e insensibilizado.

Pero no era así para los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia. Les parecía algo increíble, inaudito y –si me permiten la expresión— algo apoteósico. ¿Cómo era posible que una criatura humana pudiera ser la madre del Dios infinito y omnipotente? Eso sólo cabía en los mitos paganos y en los círculos heréticos de la religión politeísta. Y tanto era así que insignes teólogos de entonces se opusieron rotundamente a esta afirmación. Y cuando no aceptaron la doctrina de la Iglesia, se convirtieron en “herejes”: Arrio, Nestorio y otros.

¡María Santísima es realmente la Madre de Dios!

Así lo había revelado Dios mismo en la Sagrada Escritura y lo ratificaban los Santos Padres y los Concilios de la Iglesia. Fue en Éfeso, el año 431, cuando se proclamó solemnemente a María como la “Theotókos”, la que engendró a Dios.

Y después de once siglos exactos, el año 1531, María de Guadalupe se aparecía en México al indio Juan Diego, diciéndole: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”.

María ha engendrado al Hijo de Dios y Dios ha nacido de las entrañas purísimas de María porque Él así lo ha querido. El Verbo se hizo carne en María y así pudo habitar entre nosotros, para redimirnos y realizar el plan de salvación. Gracias a ella, Dios ha podido hacer nuevas todas las cosas.

Como afirma bellamente san Anselmo: “Dios, a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo, de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María. Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y así rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María. Por eso, Dios es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de la creación y María es madre de la universal restauración”.

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