- La obediencia. Ella, en realidad no tenía que estar sujeta a la ley de la purificación por haber concebido virginalmente a su hijo, sin embargo obedece con toda docilidad y sumisión.
- La pureza. María, aunque no tiene mancha legal, no duda en purificarse. Nosotros, en cambio, no somos tan diligentes para purificar nuestra conciencia, tantas veces manchada por el pecado y necesitada de perdón y limpieza. Nuestra Señora, en este pasaje, nos alienta a purificar el corazón para que la ofrenda de todo nuestro ser sea agradable a Dios, para que sepamos descubrir a Cristo, nuestra Luz, en todas las circunstancias. Ella quiso someterse al rito común de la purificación ritual, sin tener necesidad alguna de hacerlo, para que nosotros llevemos acabo la limpieza, ¡tan necesaria!, del alma. Su vida inmaculada es una llamada para que nosotros desechemos de nuestro corazón todo aquello que, aunque sea pequeño, nos aleja del Señor. La contemplamos purísima, exenta de toda mancha, y miramos a la vez nuestra vida, las flaquezas, las omisiones, los errores, todo aquello que ha dejado un mal poso en el fondo del alma, heridas sin curar... ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación!.
- La pobreza. Las mujeres ricas ofrecían un cordero en la ceremonia de la purificación. María, la sierva humilde del Señor, no teme aparecer en público como pobre, y por esto presenta la ofrenda propia de las familias pobres, consistente en la entrega de dos tórtolas o dos pichones.
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