“La Bienaventurada Virgen María, en cuanto es Madre de Dios, posee cierta dignidad infinita, por ser Dios un bien infinito […] posee una excelencia superior a la de todos los ángeles, más aún de los serafines y querubines. Es Madre de Dios, luego es purísima y santísima, y tanto que después de Dios, no puede imaginarse mayor pureza y santidad […]
¿Por qué pues, los novadores y no pocos católicos censuran nuestra devoción a la Virgen Madre de Dios, como si le tributásemos un culto que sólo a Dios es debido? ¿No saben éstos y no consideran que nada puede ser más grato a Jesucristo, cuyo amor a su Madre es sin duda tan encendido y tan grande, que el que la veneremos conforme a sus méritos y ejemplo y procuremos conciliarnos a su poderoso auxilio?”
(Pío XI, “Lux veritatis”)
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