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Entonces, con María, ¡estamos seguros, somos poderosos!
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San Estanislao de Kotska solía repetir, lleno de ternura y emoción: “¡La Madre de Dios es también mi madre!”.
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Y en esta expresión encerraba toda su relación íntima, personal y afectiva con María Santísima. Un amor mutuo que enlazaba ambos corazones y en él se sentía acogido y protegido.
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“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sobra? ¿No estás por ventura, en mi regazo?”…
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Ya sabemos de quién son estas palabras.
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¡Todos necesitamos de una madre, necesitamos de María! Sobre todo en los momentos difíciles de la vida, en la aflicción, en la soledad, en la tribulación. Ella nos consolará, nos confortará, nos acompañará en el camino de la vida hasta llegar al cielo, a la presencia adorable de su bendito Hijo.
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Por eso, en este día en que iniciamos el Año nuevo y en el que celebramos la solemnidad de la Madre de Dios, acudamos a nuestra Madre santísima, postrémonos ante ella, acojámonos en su regazo maternal y, con todo el afecto de nuestro corazón, consagrémosle todo nuestro ser.
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¡Ella es la más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas!
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Con ella todo lo podemos. Pidámosle con todas las veras de nuestra alma lo que traigamos en lo más íntimo de nuestro corazón y ella nos lo concederá.
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Y ojalá que nosotros también podamos decir, como el Papa Juan Pablo II:
“Totus tuus, Maria, ego sum!”, “Todo tuyo, María, yo soy!”.
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