Virgen Santísima, Señora nuestra de Jasna Góra...".
Con estas palabras los obispos polacos se dirigieron tantas veces a Ti en Jasna Góra, llevando en el corazón las experiencias y las penas, las alegrías y los dolores, y sobre todo la fe, la esperanza y la caridad de sus compatriotas.
Me sea lícito comenzar hoy con las mismas palabras el nuevo acto de consagración a Nuestra Señora de Jasna Góra, que nace de la misma fe, esperanza y caridad, de la tradición de nuestro pueblo, de la que he participado tantos años, y al mismo tiempo nace de los nuevos deberes que, gracias a Ti, oh María, me han sido confiados a mi. hombre indigno y al mismo tiempo tu hijo adoptivo.
Me decían tanto siempre las palabras que tu Hijo unigénito, Jesucristo, Redentor del hombre, dirigió desde lo alto de la cruz, indicando a Juan, Apóstol y Evangelista: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19. 26). En estas palabras encontraba siempre señalado el puesto para cada uno de los hombres y para mí mismo.
Hoy, por los inescrutables designios de la Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia, deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos, entregándose a Ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor", querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia, no sólo en la propia patria, sino en todo el mundo. Algunos años después, el 7 de junio de 1976, ellos te han consagrado toda la humanidad, todas las naciones y los pueblos del mundo contemporáneo, a sus hermanos cercanos por la fe, la lengua y los destinos comunes de la historia, extendiendo esta consagración hasta los más lejanos limites del amor, como lo exige tu Corazón: Corazón de Madre que abraza a cada uno y a todos en cualquier parte y siempre.
Deseo hoy, al llegar a Jasna Góra como primer Papa-peregrino, renovar este patrimonio de confianza, de consagración y de esperanza, que aquí con tanto entusiasmo han acumulado mis hermanos en el Episcopado y mis compatriotas.
Y, por tanto, te confío, oh Madre de la Iglesia, todos los problemas de esta Iglesia; toda su misión, todo su servicio. mientras está para concluir el segundo milenio de la historia del cristianismo en la tierra.
¡Esposa del Espíritu Santo y Trono de la Sabiduría! A tu intercesión debemos la magnífica visión y el programa de renovación de la Iglesia en nuestra época, que ha encontrado su expresión en la enseñanza del Concilio Vaticano II. Haz que hagamos de esta visión y de este programa el objeto de nuestra acción, de nuestro servicio, de nuestra enseñanza, de nuestra pastoral, de nuestro apostolado, en la misma verdad, sencillez y fortaleza con que nos lo ha hecho conocer el Espíritu Santo en nuestro humilde servicio. Haz que toda la Iglesia se regenere, tomando de esta nueva fuente el conocimiento de la propia naturaleza y misión, no de otras "cisternas" extrañas o envenenadas (cf. Jer 8, 14).
Ayúdanos en este gran esfuerzo que estamos realizando para encontrarnos de modo cada vez más maduro con nuestros hermanos en la fe, a los que nos unen tantas cosas, aunque todavía haya algo que nos separa. Haz que a través de todos los medios del conocimiento, del respeto recíproco, del amor, de la colaboración común en diversos campos, podamos descubrir gradualmente el plan divino de esa unidad en la que debemos entrar nosotros e introducir a todos, para que el único redil de Cristo reconozca y viva su unidad en la tierra. ¡Oh Madre de !a unidad, enséñanos siempre los caminos que llevan a ella!
Permítenos caminar en el futuro al encuentro de todos los hombres y de todos los pueblos, que por vías de religiones diversas buscan a Dios y quieren servirlo. Ayúdanos a todos a anunciar a Cristo y a manifestar "la fuerza y la sabiduría divina" (1 Cor 1, 24) escondida en su cruz. ¡Tú que lo manifestaste la primera en Belén no sólo a los pastores sencillos y fieles, sino también e los sabios de países lejanos!
¡Madre del Buen Consejo! Indícanos siempre cómo debemos servir al hombre, a la humanidad en cada nación, cómo conducirla por los caminos de le salvación. Cómo proteger la justicia y la paz en el mundo. amenazado continuamente por varias partes. Cuán vivamente deseo, con ocasión de este encuentro de hoy, confiarte todos estos difíciles problemas de la sociedad, de los sistemas y de los Estados, problemas que no pueden resolverse con el odio, la guerra y la autodestrucción, sino sólo con la paz. la justicia. el respeto a los derechos de los hombres y de las naciones.
¡Oh Madre de la Iglesia! ¡Haz que la Iglesia goce de libertad y de paz para cumplir su misión salvífica. y que para este fin se haga madura con una nueva madurez de fe y de unidad interior! ¡Ayúdanos a vencer las oposiciones y las dificultades! ¡Ayúdanos a descubrir de nuevo toda la sencillez y la dignidad de la vocación cristiana! Haz que no falten "los obreros en la viña del Señor". ¡Santifica a las familias! ¡Vela sobre el alma de los jóvenes y sobre el corazón de los niños! Ayuda a superar las grandes amenazas morales que afectan a los ambientes fundamentales de la vida y del amor. Obtén para nosotros la gracia de renovarnos continuamente, a través de toda la belleza del testimonio dado por la cruz y la resurrección de tu Hijo.
Oh, Madre, cuántos problemas habría debido presentarte en este encuentro, detallándolos uno por uno. Te los confío todos, porque Tú los conoces mejor que nosotros y los tomas a tu cuidado.
Lo hago en el lugar de la gran consagración, desde el que se abraza no sólo a Polonia, sino a toda la Iglesia en las dimensiones de países y continentes: toda la Iglesia en tu Corazón materno.
Oh Madre, te ofrezco y te confío aquí, con inmensa confianza, la Iglesia entera, de la que soy el primer servidor. Amén.
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