Ofrecimiento de flores espirituales ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en los principales misterios de la vida de María ♦♦♦♦♦♦ Recordar las apariciones de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Meditar en los cuatro dogmas sobre la Virgen María (Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Perpetua virginidad y Asunción al Cielo) ♦♦♦♦♦♦ Recordar y honrar a María como Madre de todos los hombres ♦♦♦♦♦♦ Reflexionar en las principales virtudes de la Virgen ♦♦♦♦♦♦ Vivir una devoción real y verdadera a María (Mirar a María como a una madre, demostrarle nuestro cariño, confiar plenamente en Ella, imitar sus virtudes) ♦♦♦♦♦♦ Rezar en familia las oraciones especialmente dedicadas a María ♦♦♦♦♦♦ Cantar las canciones dedicadas a María

En honor de La Inmaculada

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En 1823, dos sacerdotes dominicos, Padres Bassiti y Pignataro, estaban exorcizando a un niño poseso, de 12 años de edad, analfabeto. Para humillar al demonio, lo obligaron, en nombre de Dios, a demostrar a veracidad de la Inmaculada Concepción de María. Para sorpresa de los sacerdotes, por la boca del niño poseso, el demonio compuso el siguiente soneto:

"Soy verdadera madre de un Dios que es hijo,
Y soy su hija, aunque le soy madre;
El desde eterno existe y es mi hijo,
Y yo nací en el tiempo y soy su madre.

El es mi Criador y es mi hijo,
Y soy su criatura y su madre;
Fue divinal prodigio ser mi hijo
Un Dios eterno y tenerme por madre.

El ser de la madre es casi el ser del hijo,
Visto que o hijo dio el ser a la madre
Y fue la madre que dio el ser al hijo;

Si, pues, del hijo tuvo el ser la madre,
O se ha de decir manchado o hijo
O se dirá Inmaculada la madre."
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Se cuenta que el Papa Pío IX lloró, al leer ese soneto que contiene un profundísimo argumento de razón en favor de la Inmaculada.

Nuestra Señora fue la restauradora del orden perdido por medio de Eva. Eva nos trajo la muerte, María nos da la vida. Lo que Eva perdió por orgullo, Nuestra Señora lo ganó por humildad.
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El hombre, al contrario del "dogma" liberal, no nace bueno; todos nacemos con el pecado original; tendemos más fácilmente al mal y por eso se hace necesaria una educación y formación para el bien; sin embargo esta educación y formación, para ser verdadera, no puede excluir el auxilio sobrenatural de la gracia que nos mereció Nuestro Señor Jesucristo y que nos es dada por medio de Su Santísima Madre.

El Dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por el Papa Pío IX, rodeado de 53 cardenales, de 43 arzobispos, de 100 obispos y más de 50.000 peregrinos venidos de todas partes del mundo, el día 8 de diciembre de 1854.

¡Dios te salve, María!

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Consagración a la Santísima Virgen

Santuario de Chiquinquirá, Colombia, 1986


¡Dios te salve, María!

Te saludamos con el Ángel:

¡Llena de gracia. El Señor está contigo!

Te saludamos con Isabel:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!

Te saludamos con las palabras del Evangelio:
Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.

¡Tú eres la llena de gracia!

Te alabamos, Hija predilecta del Padre. Te bendecimos, Madre del Verbo divino. Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo. Te invocamos; Madre y Modelo de toda la Iglesia. Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.

¡El Señor está contigo!

Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo, lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

Bendita Tú eres...!

porque creíste en la Palabra del Señor, porque esperaste en sus promesas, porque fuiste perfecta en el amor. Bendita por tu caridad premurosa con Isabel, por tu bondad materna en Belén, por tu fortaleza en la persecución, por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo, por tu vida sencilla en Nazaret, por tu intercesión en Cana, por tu presencia maternal junto a la cruz,por tu fidelidad en la espera de la resurrección, por tu oración asidua en Pentecostés. Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos, por tu maternal protección sobre la Iglesia, por tu constante intercesión por toda la humanidad.

¡Santa María, Madre de Dios!

Queremos consagrarnos a ti.Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.Porque has querido ser Madre de la Iglesia.Nos consagramos a ti:Los obispos, que a imitación del Buen Pastorvelan por el pueblo que les ha sido encomendado.Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vidapor el Reino de Cristo.Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.Los seglares comprometidos en el apostolado. Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva. Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.Los enfermos, los pobres, los encarcelados, los perseguidos, los huérfanos, los desesperados, los moribundos.

¡Ruega por nosotros pecadores!

Madre de la Iglesia, bajo tu patrocinio nos acogemos y a tu inspiración nos encomendamos.Te pedimos por la Iglesia, para que sea fiel en la pureza de la fe, en la firmeza de la esperanza, en el fuego de la caridad, en la disponibilidad apostólica y misionera, en el compromiso por promover la justicia y la paz entre los hijos de esta tierra bendita.
Te suplicamos que toda la Iglesia se mantenga siempre en perfecta comunión de fe y de amor, unida a la Sede de Pedro con estrechos vínculos de obediencia y de caridad.
Te encomendamos la fecundidad de la nueva evangelización, la fidelidad en el amor de preferencia por los pobres y la formación cristiana de los jóvenes, el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, la generosidad de los que se consagran a la misión, la unidad y la santidad de todas las familias.

¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!

¡Virgen, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora. Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.
Que cese la violencia y la guerrilla.Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad. Te lo pedimos a ti, a quien invocamos como Reina de la Paz.¡Ahora y en la hora de nuestra muerte!Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales, a todos los que en la hora de la muerte acuden a ti como Madre.Sé para todos nosotros Puerta del cielo, vida, dulzura y esperanza, para que, juntos, podamos contigo glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

¡Amén!

Reina de Polonia, totus tuus...

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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA DE S.S. JUAN PABLO II A POLONIA

Czestochowa - Jasna Gora, Lunes 4 de junio de 1979

Homilía de la Santa Misa


1. "Virgen santa, que defiendes la clara Czestochowa...". Me vienen de nuevo a la mente estas palabras del poeta Mickiewicz, que, al comienzo de su obra Pan Tadeusz, en una invocación a la Virgen ha expresado lo que palpitaba y palpita en el corazón de todos los polacos, sirviéndose del lenguaje de la fe y del de la tradición nacional. Tradición que se remonta a unos 600 años, esto es, a los tiempos de la Reina Santa Eduvigis, en los albores de la dinastía Jagellónica.

La imagen de Jasna Góra expresa una tradición, un lenguaje de fe, todavía más antiguo que nuestra historia, y refleja, al mismo tiempo, todo el contenido de la "Bogurodzica" que meditamos ayer en Gníezno, recordando la misión de San Wojciech (San Adalberto) y remontándonos a los primeros momentos del anuncio del Evangelio en tierra polaca.

La que una vez había hablado con el canto, ha hablado después con esta imagen suya, manifestando a través de ella su presencia materna en la vida de la Iglesia y de la patria. La Virgen de Jasna Góra ha revelado su solicitud materna para cada una de las almas; para cada una de las familias; para cada uno de los hombres que vive en esta tierra, que trabaja, lucha y cae en el campo de batalla, que es condenado al exterminio, que lucha consigo mismo, que vence o pierde; para cada uno de los hombres que debe dejar el suelo patrio para emigrar, para cada uno de los hombres...

Los polacos se han acostumbrado a vincular a este lugar y a este santuario las numerosas vicisitudes de su vida: los diversos momentos alegres o tristes, especialmente los momentos solemnes, decisivos, los momentos de responsabilidad, como la elección de la propia dirección de la vida, la elección de la vocación, el nacimiento de los propios hijos, los exámenes de madurez... y tantos otros momentos. Se han acostumbrado a venir con sus problemas a Jasna Góra, para hablar de ellos a la Madre celeste, la que tiene aquí no sólo su imagen, su efigie —una de las más conocidas y veneradas en el mundo—, sino que está aquí particularmente presente. Está presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como enseña el Concilio. Está presente para todos y cada uno de los que peregrinan hacia Ella, aunque sólo sea con el alma y el corazón, cuando no pueden hacerlo físicamente. Los polacos están habituados a esto. Están habituados incluso los pueblos afines, naciones limítrofes. Cada vez más llegan aquí hombres de toda Europa y de más allá de ella.

El cardenal primado, en el curso de la gran novena, se expresaba sobre el significado del santuario de Czestochowa en relación a la vida de la Iglesia con estas palabras: "¿Qué ha sucedido en Jasna Góra? Hasta este momento no estamos en disposición de dar una respuesta adecuada. Ha sucedido algo más de lo que se podía imaginar... Jasna Góra se ha revelado como un vínculo interno en la vida polaca, una fuerza que toca profundamente el corazón y tiene a toda la nación en humilde, pero fuerte actitud de fidelidad a Dios, a la Iglesia y a su jerarquía. Para todos nosotros ha sido una gran sorpresa ver la potencia de la Reina de Polonia manifestarse de modo tan magnífico".

No es extraño, pues, que también yo venga hoy aquí.
En efecto, he llevado conmigo desde Polonia a la Cátedra de San Pedro en Roma, esta "santa costumbre" del corazón, elaborada por la fe de tantas generaciones, comprobada por la experiencia cristiana de tantos siglos y profundamente arraigada en mi alma.

2. Varias veces vino aquí el Papa Pío XI, naturalmente no como Papa, sino como Achille Ratti, primer Nuncio en Polonia después de la reconquista de la independencia. Cuando, después de la muerte de Pío XII, fue elegido para la Cátedra de Pedro el Papa Juan XXIII, las primeras palabras que el nuevo Pontífice dirigió al primado de Polonia, después del Cónclave, se referían a Jasna Góra. Recordó sus visitas aquí, durante los años de su Delegación Apostólica en Bulgaria, y pidió sobre todo una oración incesante a la Madre de Dios, por las intenciones inherentes a su nueva misión. Su petición fue satisfecha cada día en Jasna Góra, y no sólo durante su pontificado, sino también durante el de sus sucesores.

Todos sabemos cuánto deseó venir aquí en peregrinación el Papa Pablo VI, tan vinculado a Polonia desde el tiempo de su primer cargo diplomático en la Nunciatura de Varsovia. El Papa que tanto se afanó por normalizar la vida de la Iglesia en Polonia, particularmente en cuanto concierne al actual orden de las tierras del Oeste y del Norte. ¡El Papa de nuestro milenio! Precisamente quería encontrarse aquí como peregrino para este milenio, junto a los hijos e hijas de la nación polaca.

Después que el Señor llamó a Sí al Papa Pablo VI en la solemnidad de la Transfiguración del año pasado, los cardenales eligieron a su sucesor el 26 de agosto, día en que en Polonia, sobre todo en Jasna Góra, se celebra la solemnidad de la Virgen de Czestochowa. La noticia de la elección del nuevo Pontífice Juan Pablo I fue comunicada a los fieles por el obispo de Czestochowa, precisamente durante la celebración vespertina.

¿Qué debo decir de uní, a quien, después del pontificado de apenas 33 días de Juan Pablo I, correspondió, por inescrutable designio de la Providencia, aceptar la heredad y la sucesión apostólica en la Cátedra de San Pedro, el 16 de octubre de 1978? ¿Qué debo decir yo, primer Papa no italiano después de 455 años? ¿Qué debo decir yo, Juan Pablo II, primer Papa polaco en la historia de la Iglesia? Os diré: ese 16 de octubre, en que el calendario litúrgico de la Iglesia en Polonia recuerda a Santa Eduvigis, recordé el 26 de agosto, el Cónclave precedente y la elección acaecida en la solemnidad de la Virgen de Jasna Góra. No sentí siquiera la necesidad de decir, como mis predecesores, que contaba con las oraciones depositadas ante la imagen de Jasna Góra. La llamada de un hijo de la nación polaca a la Cátedra de Pedro contiene un evidente y fuerte vínculo con este lugar santo, con este santuario de gran esperanza: Totus tuus, había susurrado tantas veces en la oración ante esta imagen.

3. Y he aquí que hoy estoy de nuevo con vosotros todos, queridísimos hermanos y hermanas: con vosotros, queridísimos compatriotas, contigo, cardenal primado de Polonia, con todo el Episcopado, al que he pertenecido durante más de 20 años como obispo, arzobispo metropolitano de Cracovia, como cardenal. Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar, en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la patria en el corazón de la Madre.

En efecto, Jasna Góra es no sólo meta de peregrinación para los polacos de la madre patria y de todo el mundo, sino también el santuario de la nación. Es necesario prestar atención a este lugar santo para sentir cómo late el corazón de la nación en el corazón de la Madre. Este corazón, en efecto, late, como sabemos, con todas las citas de la historia, con todas las vicisitudes de la vida nacional: en efecto, ¡cuántas veces ha vibrado con los gemidos de los sufrimientos históricos de Polonia, pero también con los gritos de alegría y de victoria!
La historia de Polonia se puede escribir de diversos modos; especialmente la de los últimos siglos se puede interpretar en clave diversa. Sin embargo, si queremos saber cómo interpreta esta historia el corazón de los polacos, es necesario venir aquí, es necesario sintonizar con este santuario, es necesario percibir el eco de la vida de toda la nación en el corazón de su Madre y Reina. Y si este corazón late con tono de inquietud, si resuenan en él los afanes y el grito por la conversión y el reforzamiento de las conciencias. es necesario acoger esta invitación. Nace del amor materno, que a su modo forma los procesos históricos en la tierra polaca.

Los últimos decenios han confirmado y hecho más intensa esta unión entre la nación polaca y su Reina. Ante la Virgen de Czestochowa fue pronunciada la consagración de Polonia al Corazón Inmaculado de María, el 8 de septiembre de 1946. Diez años después, se renovaron en Jasna Góra los votos del Rey Jan Kazimierz, en el 300 aniversario de cuando él, después de un periodo de "diluvio" (invasión de los suecos en el siglo XVIII) proclamó a la Madre de Dios Reina del reino polaco. En esa efemérides comenzó la gran novena de nueve años, como preparación al milenio del bautismo de Polonia. Y finalmente, el mismo año del milenio, el 3 de mayo de 1966, aquí, en este lugar, el primado de Polonia pronunció el acto de total esclavitud a la Madre de Dios, por la libertad de la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. Este acto histórico fue pronunciado aquí, ante Pablo VI, físicamente ausente, pero presente en espíritu, como testimonio de esa fe viva y fuerte, que esperan y exigen nuestros tiempos. El acto habla de la "esclavitud" y esconde en sí una paradoja semejante a las palabras del Evangelio, según las cuales, es necesario perder la propia vida para encontrarla de nuevo (cf. Mt 10, 39). En efecto, el amor constituye la perfección de la libertad, pero, al mismo tiempo, "el pertenecer", es decir, el no ser libres, forma parte de su esencia. Pero este "no ser libres" en el amor, no se concibe como una esclavitud, sino como una afirmación de libertad y como su perfección. El acto de consagración en la esclavitud indica, pues, una dependencia singular y una confianza sin limites. En este sentido la esclavitud (la no-libertad) expresa la plenitud de la libertad. del mismo modo que el Evangelio habla de la necesidad de perder la vida para encontrarla de nuevo en su plenitud.

Las palabras de este acto, pronunciadas con el lenguaje de las experiencias históricas de Polonia, de sus sufrimientos y también de sus victorias, encuentran su resonancia precisamente en este momento de la vida de la Iglesia y del mundo, después de la clausura del Concilio Vaticano II, que —como justamente pensamos— ha abierto una nueva era. Ha iniciado una época de conocimiento profundo del hombre, de sus "gozos y esperanzas y también de sus tristezas y angustias", como afirman las primeras palabras de le Constitución pastoral Gaudium et Spes. La Iglesia, consciente de su gran dignidad y de su vocación magnifica en Cristo, desea ir al encuentro del hombre. La Iglesia desea responder a los eternos y a la vez siempre actuales interrogantes de los corazones y de la historia humana, y por esto realizó durante el Concilio una obra de conocimiento profundo de sí misma, de la propia naturaleza, de la propia misión, de los propios deberes. El 3 de mayo de 1966 el Episcopado polaco añade a esta obra fundamental del Concilio el propio acto de Jasna Góra: la consagración a la Madre de Dios por la libertad de la Iglesia en el mundo y en Polonia. Es un grito que parte del corazón y de la voluntad: grito de todo el ser cristiano, de la persona y de la comunidad por el pleno derecho de anunciar el mensaje salvífico; grito que quiere hacerse universalmente eficaz arraigándose en la época presente y en la futura. ¡Todo por medio de María! Esta es la interpretación auténtica de la presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como proclama el capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium. Esta interpretación se ajusta a la tradición de los Santos, como Bernardo de Claraval, Grignon de Montfort, Maximiliano Kolbe.

4. El Papa Pablo VI aceptó este acto de consagración como fruto de la celebración del milenio polaco en Jasna Góra, como da fe de ello su Bula, que se encuentra junto a la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa. Hoy su indigno sucesor, viniendo a Jasna Góra, desea renovarlo el día después de Pentecostés, precisamente mientras en toda Polonia se celebra la fiesta de la Madre de la Iglesia. Por primera vez el Papa celebra esta solemnidad expresando junto con vosotros, venerables y queridísimos hermanos, el reconocimiento a su gran predecesor que, desde los tiempos del Concilio, comenzó a invocar a María con el título de Madre de la Iglesia.

Este título nos permite penetrar en todo el misterio de María, desde el momento de la Inmaculada Concepción, a través de la Anunciación, la Visitación v el Nacimiento de Jesús en Belén, hasta el Calvario. El nos permite a todos nosotros encontrarnos de nuevo —como nos lo recuerda la lectura de hoy— en el Cenáculo, donde los Apóstoles junto con María, Madre de Jesús, perseverando en oración, esperando, después de la Ascensión del Señor, el cumplimiento de la promesa, es decir, la venida del Espíritu Santo, para que pueda nacer la Iglesia. En el nacimiento de la Iglesia participa de modo particular Aquella a quien debemos el nacimiento de Cristo. La Iglesia, nacida una vez en el Cenáculo de Pentecostés, continúa naciendo en cada cenáculo de oración. Nace para convertirse en nuestra Madre espiritual a semejanza de la Madre del Verbo Eterno. Nace para revelar las características y la fuerza de esa maternidad —maternidad de la Madre de Dios—, gracias a la cual podemos "ser llamados hijos de Dios, y serlo realmente" (1 Jn 3, 1). De hecho, la paternidad santísima de Dios, en su economía salvífica, se ha servido de la maternidad virginal de su humilde esclava, para realizar en los hijos del hombre la obra del Autor divino.

Queridos compatriotas, venerables y queridísimos hermanos en el Episcopado, Pastores de la Iglesia en Polonia, ilustrísimos huéspedes y vosotros, fieles todos, permitid que, corno Sucesor de San Pedro, hoy aquí presente con vosotros, confíe toda la Iglesia a la Madre de Cristo, con la misma fe viva, con la misma esperanza heroica, con que lo hicimos el día memorable del 3 de mayo del milenio polaco.

Permitid que yo traiga aquí, como he hecho hace tiempo en la basílica romana de Santa María la Mayor y después en México, en el santuario de Guadalupe, los misterios de los corazones, los dolores y los sufrimientos y, en fin, las esperanzas y esperas de estos últimos años del siglo XX de la era cristiana.

Permitid que confíe todo esto a María.

Permitid que se lo confíe de modo nuevo y solemne.

Soy hombre de gran confianza.

He aprendido a serlo aquí.


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Acto de Consagración a María en Jasna Gora

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"Gran Madre De Dios hecho hombre,

Virgen Santísima, Señora nuestra de Jasna Góra...".

Con estas palabras los obispos polacos se dirigieron tantas veces a Ti en Jasna Góra, llevando en el corazón las experiencias y las penas, las alegrías y los dolores, y sobre todo la fe, la esperanza y la caridad de sus compatriotas.

Me sea lícito comenzar hoy con las mismas palabras el nuevo acto de consagración a Nuestra Señora de Jasna Góra, que nace de la misma fe, esperanza y caridad, de la tradición de nuestro pueblo, de la que he participado tantos años, y al mismo tiempo nace de los nuevos deberes que, gracias a Ti, oh María, me han sido confiados a mi. hombre indigno y al mismo tiempo tu hijo adoptivo.

Me decían tanto siempre las palabras que tu Hijo unigénito, Jesucristo, Redentor del hombre, dirigió desde lo alto de la cruz, indicando a Juan, Apóstol y Evangelista: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19. 26). En estas palabras encontraba siempre señalado el puesto para cada uno de los hombres y para mí mismo.

Hoy, por los inescrutables designios de la Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia, deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos, entregándose a Ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor", querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia, no sólo en la propia patria, sino en todo el mundo. Algunos años después, el 7 de junio de 1976, ellos te han consagrado toda la humanidad, todas las naciones y los pueblos del mundo contemporáneo, a sus hermanos cercanos por la fe, la lengua y los destinos comunes de la historia, extendiendo esta consagración hasta los más lejanos limites del amor, como lo exige tu Corazón: Corazón de Madre que abraza a cada uno y a todos en cualquier parte y siempre.

Deseo hoy, al llegar a Jasna Góra como primer Papa-peregrino, renovar este patrimonio de confianza, de consagración y de esperanza, que aquí con tanto entusiasmo han acumulado mis hermanos en el Episcopado y mis compatriotas.

Y, por tanto, te confío, oh Madre de la Iglesia, todos los problemas de esta Iglesia; toda su misión, todo su servicio. mientras está para concluir el segundo milenio de la historia del cristianismo en la tierra.

¡Esposa del Espíritu Santo y Trono de la Sabiduría! A tu intercesión debemos la magnífica visión y el programa de renovación de la Iglesia en nuestra época, que ha encontrado su expresión en la enseñanza del Concilio Vaticano II. Haz que hagamos de esta visión y de este programa el objeto de nuestra acción, de nuestro servicio, de nuestra enseñanza, de nuestra pastoral, de nuestro apostolado, en la misma verdad, sencillez y fortaleza con que nos lo ha hecho conocer el Espíritu Santo en nuestro humilde servicio. Haz que toda la Iglesia se regenere, tomando de esta nueva fuente el conocimiento de la propia naturaleza y misión, no de otras "cisternas" extrañas o envenenadas (cf. Jer 8, 14).

Ayúdanos en este gran esfuerzo que estamos realizando para encontrarnos de modo cada vez más maduro con nuestros hermanos en la fe, a los que nos unen tantas cosas, aunque todavía haya algo que nos separa. Haz que a través de todos los medios del conocimiento, del respeto recíproco, del amor, de la colaboración común en diversos campos, podamos descubrir gradualmente el plan divino de esa unidad en la que debemos entrar nosotros e introducir a todos, para que el único redil de Cristo reconozca y viva su unidad en la tierra. ¡Oh Madre de !a unidad, enséñanos siempre los caminos que llevan a ella!

Permítenos caminar en el futuro al encuentro de todos los hombres y de todos los pueblos, que por vías de religiones diversas buscan a Dios y quieren servirlo. Ayúdanos a todos a anunciar a Cristo y a manifestar "la fuerza y la sabiduría divina" (1 Cor 1, 24) escondida en su cruz. ¡Tú que lo manifestaste la primera en Belén no sólo a los pastores sencillos y fieles, sino también e los sabios de países lejanos!

¡Madre del Buen Consejo! Indícanos siempre cómo debemos servir al hombre, a la humanidad en cada nación, cómo conducirla por los caminos de le salvación. Cómo proteger la justicia y la paz en el mundo. amenazado continuamente por varias partes. Cuán vivamente deseo, con ocasión de este encuentro de hoy, confiarte todos estos difíciles problemas de la sociedad, de los sistemas y de los Estados, problemas que no pueden resolverse con el odio, la guerra y la autodestrucción, sino sólo con la paz. la justicia. el respeto a los derechos de los hombres y de las naciones.

¡Oh Madre de la Iglesia! ¡Haz que la Iglesia goce de libertad y de paz para cumplir su misión salvífica. y que para este fin se haga madura con una nueva madurez de fe y de unidad interior! ¡Ayúdanos a vencer las oposiciones y las dificultades! ¡Ayúdanos a descubrir de nuevo toda la sencillez y la dignidad de la vocación cristiana! Haz que no falten "los obreros en la viña del Señor". ¡Santifica a las familias! ¡Vela sobre el alma de los jóvenes y sobre el corazón de los niños! Ayuda a superar las grandes amenazas morales que afectan a los ambientes fundamentales de la vida y del amor. Obtén para nosotros la gracia de renovarnos continuamente, a través de toda la belleza del testimonio dado por la cruz y la resurrección de tu Hijo.

Oh, Madre, cuántos problemas habría debido presentarte en este encuentro, detallándolos uno por uno. Te los confío todos, porque Tú los conoces mejor que nosotros y los tomas a tu cuidado.
Lo hago en el lugar de la gran consagración, desde el que se abraza no sólo a Polonia, sino a toda la Iglesia en las dimensiones de países y continentes: toda la Iglesia en tu Corazón materno.

Oh Madre, te ofrezco y te confío aquí, con inmensa confianza, la Iglesia entera, de la que soy el primer servidor. Amén.


Racconti la bellezza del tuo amore...

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Figlio di Dio, nel tuo amore sei venuto tra noi
a fare tutte le cose nuove.
Perché io parli del tuo amore a chi mi ascolta,
donami il tuo amore.

Dio Altissimo, tu sei disceso dal cielo
per abitare con noi peccatori.
Perché io racconti la bellezza del tuo amore,
donami di salire dove tu abiti.

Nel tuo amore per noi,
tu hai accettato con pazienza
di essere inchiodato sulla Croce.
Perché io parli della tua bontà,
fa' scorrere nelle mie vene sangue tuo
che dona la vita.

Nel tuo amore bruciante,
permetti che la mia bocca
annunci con forza la tua buona notizia.
Donami di cantare a piena voce la tua gloria
tra le genti di questa terra.

Donde está el Rey, allí está la Reina...

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Una religiosa me escribía así:

“La Eucaristía sin María no se comprende. Yo, siempre que saludo a Jesús en el sagrario, saludo también a María. Me gusta saludarlos hasta cuando vamos de viaje, al pasar por los pueblos, o al ir por la ciudad y pasar delante de una Iglesia.

Todos los días me uno a todas las misas que se celebran en el mundo. Pienso en tantas manos sacerdotales, elevando la hostia y el cáliz al Padre por la salvación y santificación del mundo. Y quiero, unida a la Madre corredentora y dentro de su Corazón, estar al pie de cada altar, en donde se esté celebrando el santo sacrificio. Y así como Ella ofreció a su Hijo en la cruz al Padre y se ofreció con El, así yo quiero ofrecerme con Ella y en Ella y ofrecer a cada sacerdote.

Todos los días voy con Ella a recibir a Jesús en la comunión, le pido que me prepare, que quite las malas hierbas de mi jardín, que adorne mi alma, que venga conmigo y me deje sus ojos puros para contemplar a Jesús y su Corazón para amarle.

Mis coloquios, después de comulgar, suelen ser también con María, porque donde está el Rey está también la Reina”.

Testimonio de conversión del sacerdote José C.

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“Yo soy de familia judía y practicaba la religión judía. Estaba casado y tengo dos hijos. Después de algunas desavenencias con mi esposa, decidimos divorciarnos y yo le di el libelo de repudio, según nuestra religión.

Por mi parte, seguía trabajando en mi negocio y buscando un porvenir para mi vida, cuando el 24 de setiembre de 1982 fui a cenar a un restaurante en compañía de mis padres. Este restaurante “Agua viva” estaba dirigido por unas laicas consagradas. Ya, a la entrada, me impactó una bella imagen de María y, por un impulso interior, le pedí que ayudara a mi padre enfermo. Al final de la cena, las hermanas cantaron el Ave María y esto me emocionó mucho.

Aquí comenzó el proceso de mi conversión, pues la Virgen Santísima me concedió lo que le pedí y, a partir de entonces, todos los meses le llevaba flores a aquella imagen de María.

En febrero del 83 tuve un sueño decisivo. Soñé que me perseguían y me refugié en una casa antigua, colonial. Llegué a un salón grande, donde había un enorme crucifijo. Me postré ante el Cristo crucificado y vi cómo desaparecieron mis perseguidores. Y sentí tanta paz al despertar que, desde entonces, comencé a conocer y a amar más al Señor Jesús.

Ese mismo año me bauticé y, después de mi bautismo, acostumbraba a ir a la Iglesia de S. Pedro, en el centro de Lima, donde me había bautizado, para rezar el rosario, oír misa y comulgar. Todos los días, iba a visitar a mi amigo Jesús Eucaristía y me quedaba de rodillas en silencio ante El. Era mi encuentro personal del día, de la misma manera que lo tuvo el leproso con Jesús hace dos mil años. Así, sin darme cuenta, empezó mi camino al sacerdocio.

Por supuesto que esto no fue fácil, tuve que dejarlo todo, no sólo mi negocio para estudiar en el Seminario, también perder el amor de mi familia. Pero el amor a Cristo fue más fuerte y el 7 de octubre de 1993 me ordené de sacerdote

Llegué a Cristo Eucaristía por María. Y he hecho de la Eucaristía el centro y el sentido de mi vida cristiana y sacerdotal, rezando el rosario completo cada día en honor de María”.

¡Qué bella es María!

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- Bernardita, la vidente de la Virgen en Lourdes, nos dice que :
“La Virgen es bella, tan bella que quien la vea una sola vez, querrá morir para volver a verla; tan bella que, cuando se la ha visto, ya no hay corazón que pueda amar cosa alguna de la tierra”.

- Melania, la vidente de La Salette la describe así:
“Su fisonomía era majestuosa, imponía un temor respetuoso, pero lleno de amor, pues atraía hacia sí. Su mirada era dulce y penetrante, sus ojos parecían hablar con los míos. La dulzura de su mirada, su aire de bondad incomprensible hacía comprender que Ella quería darse. Era una explosión de amor, que no puede expresarse con lenguaje humano. Era muy bella y toda hecha de amor.
Parecía que la palabra amor se escapaba de sus labios, plateados, purísimos. Me parecía como una buena madre, llena de bondad, de amabilidad, de compasión, de misericordia y de amor. La vista de la Santísima Virgen era de por sí sola un paraíso cumplido. Su voz encantaba, cautivaba, alegraba el corazón. Y mi corazón parecía saltar o querer ir a su encuentro para derretirse en Ella...
Sus ojos parecían mucho más bellos que los brillantes y las piedras preciosas, brillaban como dos soles y en sus ojos se veía el paraíso. Cuanto más la miraba, más la quería ver; cuanto más la veía, más la amaba y la amaba con todas mis fuerzas”.

Si así de hermosa es María, ¿cómo será Jesús?

María es la puerta de entrada al amor de Jesús. Por esto, hay muchos que llegan a Cristo por medio de María.

Esto le pasó a :
  • Gustavo Bickel, gran sabio orientalista, protestante, que en 1865 se hizo católico y sacerdote.
  • Beda Camm, anglicano, se hizo monje benedictino.
  • Algo parecido podemos decir de los cardenales ingleses Newman y Manning, convertidos del anglicanismo.
  • El judío San Alfonso de Ratisbona se convirtió el 20 de enero de 1842, después de una experiencia maravillosa en la iglesia de S. Andrés de Roma, donde vio a María.
  • También podríamos citar a Max Thurian, uno de los fundadores de la Comunidad ecuménica Taize de Francia, que se convirtió y se hizo sacerdote católico en 1987 a los 66 años de edad.

¿Qué hizo que éstos y otros muchos, convertidos por medio María, llegaran a Cristo Eucaristía y lo amaran con todo su corazón y dejaran el mundo con todas sus atracciones y se hicieran sacerdotes?

María es el camino, el puente, la puerta para llegar a Jesús.

Pues bien, "vete y haz tú lo mismo" (Lc. 10,37), vete a comulgar con todo fervor y pide a María que te acompañe.

“La mejor preparación para la comunión es la que se hace con María” (S. Pedro Eymard).

Y dile más o menos así:

“María, Madre mía, ayúdame a comulgar con una pureza total. Préstame tus manos para tocar a Jesús, tus labios para besarlo, tus brazos para abrazarlo y tu Corazón para amarlo”.

1) María es la Madre de Dios.

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¡Tantas veces lo hemos escuchado y lo rezamos cada día que tal vez ya nos hemos acostumbrado! Debido a nuestra educación y al ambiente en el que vivimos, tal vez ya no nos impresiona ni nos dice nada –como sucede, tristemente, con tantas otras verdades y misterios de nuestra fe—. A fuerza de repetir las cosas, nos hemos arrutinado e insensibilizado.

Pero no era así para los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia. Les parecía algo increíble, inaudito y –si me permiten la expresión— algo apoteósico. ¿Cómo era posible que una criatura humana pudiera ser la madre del Dios infinito y omnipotente? Eso sólo cabía en los mitos paganos y en los círculos heréticos de la religión politeísta. Y tanto era así que insignes teólogos de entonces se opusieron rotundamente a esta afirmación. Y cuando no aceptaron la doctrina de la Iglesia, se convirtieron en “herejes”: Arrio, Nestorio y otros.

¡María Santísima es realmente la Madre de Dios!

Así lo había revelado Dios mismo en la Sagrada Escritura y lo ratificaban los Santos Padres y los Concilios de la Iglesia. Fue en Éfeso, el año 431, cuando se proclamó solemnemente a María como la “Theotókos”, la que engendró a Dios.

Y después de once siglos exactos, el año 1531, María de Guadalupe se aparecía en México al indio Juan Diego, diciéndole: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”.

María ha engendrado al Hijo de Dios y Dios ha nacido de las entrañas purísimas de María porque Él así lo ha querido. El Verbo se hizo carne en María y así pudo habitar entre nosotros, para redimirnos y realizar el plan de salvación. Gracias a ella, Dios ha podido hacer nuevas todas las cosas.

Como afirma bellamente san Anselmo: “Dios, a su Hijo, el único engendrado de su seno igual a sí, al que amaba como a sí mismo, lo dio a María; y de María se hizo un hijo, no distinto, sino el mismo, de suerte que por naturaleza fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María. Toda la naturaleza ha sido creada por Dios, y Dios ha nacido de María. Dios lo creó todo, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo de María; y así rehizo todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María. Por eso, Dios es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de la creación y María es madre de la universal restauración”.

La más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas

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El sacerdote y escritor español José Luis Martín Descalzo narra en una de sus obras:

"Recuerdo que hace ya muchos años, me encontraba desayunando en la cafetería de un hotel de Roma. Se me acercó una chica japonesa, y me preguntó si yo era sacerdote. Le respondí que sí, y entonces me dijo a bocajarro:

–“¿Podría usted explicarme quién es la Virgen María?”.

Sus palabras me sorprendieron tanto que sólo supe responder:

–“¿Por qué me hace esa pregunta?”.

Y aún recuerdo sus ojos tan conmovidos cuando me explicó:

–“Es que ayer oí rezar por primera vez el Avemaría, y no sé por qué me he pasado toda la noche llorando”.

Y entonces tuve que explicarle que también yo necesitaría pasarme muchas noches llorando para poder responder a esa pregunta...".

Y para ti, querido amigo, ¿quién es la Virgen María?...

2) Y María, por ser la Madre de Dios, es también todopoderosa como Medianera

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San Bernardo y los Santos Padres solían llamarla “Omnipotentia supplex”, la Omnipotencia suplicante. Porque es la más poderosa de las reinas y la más eficaz de las intercesoras.

En Caná arrancó a su Hijo el primer milagro “cuando aún no había llegado su hora”. Y puede hacer siempre lo mismo, si acudimos a ella con fe, con confianza y amor filiales, pues una madre no niega nada a un hijo.

Los siglos XV y XVI fueron una gravísima amenaza para la cristiandad. Los turcos arrasaban Europa con la pretensión de conquistarla para el Islam (hoy también se cierne un peligro no muy diferente). Y entonces el Papa Pío V armó a la Iglesia con el santo Rosario para la defensa de la civilización cristiana.

El 7 de octubre de 1571 la flota cristiana presentó batalla a los turcos en Lepanto. La victoria fue clamorosa. Por eso el sultán Solimán decía: "Le tengo más miedo a las oraciones del Papa que a los ejércitos europeos". ¡A las oraciones a María Santísima!

Fátima, Lourdes, persecución de la Iglesia en el siglo XX y XXI... Las cosas no han cambiado demasiado. Y María sigue siendo hoy y siempre el “Auxilio de los cristianos”.

3) María es también mi Madre

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Entonces, con María, ¡estamos seguros, somos poderosos!
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San Estanislao de Kotska solía repetir, lleno de ternura y emoción: “¡La Madre de Dios es también mi madre!”.
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Y en esta expresión encerraba toda su relación íntima, personal y afectiva con María Santísima. Un amor mutuo que enlazaba ambos corazones y en él se sentía acogido y protegido.
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Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sobra? ¿No estás por ventura, en mi regazo?”
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Ya sabemos de quién son estas palabras.
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¡Todos necesitamos de una madre, necesitamos de María! Sobre todo en los momentos difíciles de la vida, en la aflicción, en la soledad, en la tribulación. Ella nos consolará, nos confortará, nos acompañará en el camino de la vida hasta llegar al cielo, a la presencia adorable de su bendito Hijo.
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Por eso, en este día en que iniciamos el Año nuevo y en el que celebramos la solemnidad de la Madre de Dios, acudamos a nuestra Madre santísima, postrémonos ante ella, acojámonos en su regazo maternal y, con todo el afecto de nuestro corazón, consagrémosle todo nuestro ser.
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¡Ella es la más tierna de las madres y la más poderosa de las reinas!
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Con ella todo lo podemos. Pidámosle con todas las veras de nuestra alma lo que traigamos en lo más íntimo de nuestro corazón y ella nos lo concederá.
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Y ojalá que nosotros también podamos decir, como el Papa Juan Pablo II:

“Totus tuus, Maria, ego sum!”,

“Todo tuyo, María, yo soy!”.

La serpiente y el Ave María

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Sueño de San Juan Bosco en el año 1.862

San Juan Bosco tuvo una nueva prueba de los continuos asaltos promovidos por el demonio contra las almas, de los perjuicios que ocasiona, de la necesidad de emplearse en continuas batallas para rechazarlo y arrancarle sus víctimas.
Un centenar de alumnos habían regresado de casa para prepararse, después de los exámenes de recuperación, al nuevo curso escolar. El 20 de agosto de 1862, después de rezar las oraciones de la noche y de dar algunos avisos relacionados con el orden de la casa, el buen padre dijo:
Quiero contaros un sueño que tuve hace algunas noches (Tal vez se trata de la noche precedente a la festividad de la Asunción) :
Soñé que me encontraba en compañía de todos los jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano. Mientras todos hacían recreo, viene hacia mí un desconocido y me invita a acompañarle. Le seguí y me condujo a un prado próximo al patio y allí me indicó entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al contemplarla, quise huir.
—No, no, —me dijo mi acompañante—; no huya; venga conmigo.
—¡Ah!, —exclamé—, no soy tan necio como para exponerme a tal peligro.
—Entonces —continuó mi acompañante—, aguarde aquí.
Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella en la mano volvió nuevamente junto a mí y me dijo:
—Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo cogeré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta ya sí la mantendremos suspendida sobre la serpiente.
—¿Y después?
—Después se la dejaremos caer sobre la espina dorsal.
—¡Ah! No; por caridad. Pues ¡ay de nosotros si lo hacemos! La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.
—No, no; déjeme a mi —añadió el desconocido—, yo sé lo que me hago.
—De ninguna manera; no quiero hacer una experiencia que me puede costar la vida.
Y ya me disponía a huir, cuando el hombre insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer; y tanto me dijo que me quedé donde estaba dispuesto a hacer lo que me decía.
Él, entre tanto, pasó del lado de allá del monstruo, levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder al objeto que la había herido, pero en lugar de clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella mediante un nudo corredizo.
Entonces el desconocido me gritó:
—Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.
Y corrió a un peral que había allí cerca y ató a su tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia mí, cogió la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una ventana. Entre tanto la serpiente se agitaba, movía sus espirales y daba tales golpes con la cabeza y con sus anillas en el suelo, que sus carnes se rompían saltando en pedazos a gran distancia.
Así continuó mientras tuvo vida; y una vez que hubo muerto, sólo quedó de ella el esqueleto pelado y mondado.
Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, formó con ella un ovillo y me dijo:
— ¡Preste atención!
Metió la cuerda en una cajita, la cerró y después de unos momentos la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior de la caja y nos quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera, que formaba las palabras: ¡Ave María!
—Pero ¿Cómo es posible?, —dije.
—Tú metiste la cuerda en la cajita a la buena de Dios y ahora aparece de esa manera.
—Mira —dijo el— : la serpiente representa al demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el Rosario, que es una serie de Avemarías con la cual y con las cuales se puede derribar, vencer, destruir a todos los demonios del infierno.

Homenaje a la Inmaculada en la Pza. de España (Discurso de S.S. Benedicto XVI)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hace casi tres meses, tuve la alegría de ir en peregrinación a Lourdes, con ocasión del 150° aniversario de la histórica aparición de la Virgen María a santa Bernardita. Las celebraciones de este singular aniversario se concluyen precisamente hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, porque la "hermosa Señora" —como la llamaba Bernardita—, mostrándose a ella por última vez en la gruta de Massabielle, reveló su nombre diciendo: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Lo dijo en el idioma local, y la pequeña vidente refirió a su párroco esa expresión, para ella desconocida e incomprensible.

"Inmaculada Concepción": también nosotros repetimos hoy con conmoción ese nombre misterioso. Lo repetimos aquí, al pie de este monumento en el corazón de Roma; e innumerables hermanos y hermanas nuestros hacen lo mismo en otros muchos lugares del mundo, santuarios y capillas, así como en las casas de familias cristianas. Donde hay una comunidad católica, allí se venera hoy a la Virgen con este nombre estupendo y maravilloso: Inmaculada Concepción.

Ciertamente, la convicción sobre la inmaculada concepción de María existía ya muchos siglos antes de las apariciones de Lourdes, pero estas llegaron como un sello celestial después de que mi venerado predecesor el beato Pío ix definiera el dogma, el 8 de diciembre de 1854. En la fiesta de hoy, tan arraigada en el pueblo cristiano, esta expresión brota del corazón y aflora a los labios como el nombre de nuestra Madre celestial. Como un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella la "sonrisa de Dios", el reflejo inmaculado de la luz divina; encontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo.

Es tradición que el Papa se una al homenaje que rinde la ciudad trayendo a María una cesta de rosas. Estas flores indican nuestro amor y nuestra devoción: el amor y la devoción del Papa, de la Iglesia de Roma y de los habitantes de esta ciudad, que se sienten espiritualmente hijos de la Virgen María. Simbólicamente, las rosas pueden expresar cuanto de bello y de bueno hemos realizado durante el año, porque en esta cita ya tradicional quisiéramos ofrecerlo todo a nuestra Madre, convencidos de que nada podríamos haber hecho sin su protección y sin las gracias que diariamente nos obtiene de Dios. Pero —como suele decirse— no hay rosa sin espinas, y en los tallos de estas estupendas rosas blancas tampoco faltan las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han marcado y marcan también la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre se presentan las alegrías, pero se le confían también las preocupaciones, seguros de encontrar en ella fortaleza para no abatirse y apoyo para seguir adelante.

¡Oh Virgen Inmaculada, en este momento quisiera confiarte especialmente a los "pequeños" de nuestra ciudad: ante todo a los niños, y especialmente a los que están gravemente enfermos; a los muchachos pobres y a los que sufren las consecuencias de situaciones familiares duras! Vela sobre ellos y haz que sientan, en el afecto y la ayuda de quienes están a su lado, el calor del amor de Dios. Te encomiendo, oh María, a los ancianos solos, a los enfermos, a los inmigrantes que encuentran dificultad para integrarse, a las familias que luchan por cuadrar sus cuentas y a las personas que no encuentran trabajo o que han perdido un puesto de trabajo indispensable para seguir adelante. Enséñanos, María, a ser solidarios con quienes pasan dificultades, a colmar las desigualdades sociales cada vez más grandes; ayúdanos a cultivar un sentido más vivo del bien común, del respeto a lo que es público; impúlsanos a sentir la ciudad —y de modo especial nuestra ciudad de Roma— como patrimonio de todos, y a hacer cada uno, con conciencia y empeño, nuestra parte para construir una sociedad más justa y solidaria.

¡Oh Madre Inmaculada, que eres para todos signo de segura esperanza y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza inmaculada! Tu belleza —Tota pulchra, cantamos hoy— nos garantiza que es posible la victoria del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que, por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud. Sí, ¡oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas. Así lo hiciste tú, joven llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor.

Sé madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de ser "centinelas de la mañana", y da esta virtud a todos los cristianos para que sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia.

Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, Salus Populi Romani, ruega por nosotros.

La preservó de mancha... (Benedicto XVI)

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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN (Ángelus)

"Queridos hermanos y hermanas:

El misterio de la Inmaculada Concepción de María, que hoy celebramos solemnemente, nos recuerda dos verdades fundamentales de nuestra fe: ante todo el pecado original y, después, la victoria de la gracia de Cristo sobre él, victoria que resplandece de modo sublime en María santísima. Por desgracia, la existencia de lo que la Iglesia llama "pecado original" es de una evidencia aplastante: basta mirar nuestro entorno y sobre todo dentro de nosotros mismos. En efecto, la experiencia del mal es tan consistente, que se impone por sí misma y suscita en nosotros la pregunta: ¿de dónde procede? Especialmente para un creyente, el interrogante es aún más profundo: si Dios, que es Bondad absoluta, lo ha creado todo, ¿de dónde viene el mal?

Las primeras páginas de la Biblia (Gn 1-3) responden precisamente a esta pregunta fundamental, que interpela a cada generación humana, con el relato de la creación y de la caída de nuestros primeros padres: Dios creó todo para que exista; en particular, creó al hombre a su propia imagen; no creó la muerte, sino que esta entró en el mundo por envidia del diablo (cf. Sb 1, 13-14; 2, 23-24), el cual, rebelándose contra Dios, engañó también a los hombres, induciéndolos a la rebelión. Es el drama de la libertad, que Dios acepta hasta el fondo por amor, pero prometiendo que habrá un hijo de mujer que aplastará la cabeza de la antigua serpiente (Gn 3, 15).


Así pues, desde el principio, el "eterno consejo" —como diría Dante— tiene un "término fijo" (Paraíso, XXXIII, 3): la Mujer predestinada a ser madre del Redentor, madre de Aquel que se humilló hasta el extremo para devolvernos a nuestra dignidad original. Esta Mujer, a los ojos de Dios, tiene desde siempre un rostro y un nombre: "Llena de gracia" (Lc 1, 28), como la llamó el ángel al visitarla en Nazaret. Es la nueva Eva, esposa del nuevo Adán, destinada a ser madre de todos los redimidos. San Andrés de Creta escribió: "La Theotókos María, el refugio común de todos los cristianos, fue la primera en ser liberada de la primitiva caída de nuestros primeros padres" (Homilía IV sobre la Navidad, PG 97, 880 A). Y la liturgia de hoy afirma que Dios "preparó una digna morada para su Hijo y, en previsión de su muerte, la preservó de toda mancha de pecado" (Oración Colecta).


Queridos hermanos, en María Inmaculada contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. En María esta belleza es totalmente pura, humilde, sin soberbia ni presunción. Así se mostró la Virgen a santa Bernardita, hace 150 años, en Lourdes, y así se la venera en numerosos santuarios. Hoy, por la tarde, siguiendo la tradición, también yo le rendiré homenaje ante el monumento dedicado a ella en la plaza de España. Invoquemos ahora con confianza a la Virgen Inmaculada, repitiendo con el Ángelus las palabras del Evangelio, que la liturgia de hoy propone para nuestra meditación".

Discurso en Español :

"Confío a la santísima Virgen María, la llena de gracia, los gozos y las preocupaciones de todos los discípulos de su divino Hijo, para que, acogiendo la Palabra de Dios con un corazón generoso y humilde, la pongan en práctica con constancia y sean fieles testigos y misioneros de Jesucristo en todos los ámbitos de la vida."

María, Icono del Adviento (S.S. Benedicto XVI)

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[…] Para la venida de Cristo que podríamos llamar “encarnación espiritual”, el arquetipo es María. Como la Virgen conservó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas en su peregrinación terrena a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados. […]

[…] Dejémonos guiar en esta espera por la Virgen María, madre del Dios-que-viene, Madre de la Esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada: que nos conceda la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, se alabe y glorifique por los siglos de los siglos. […]

[…] La Virgen María, Madre de Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene". […]

[…] Ella, la Virgen Madre, es el "camino" que Dios mismo se preparó para venir al mundo. Con toda su humildad, María camina a la cabeza del nuevo Israel en el éxodo de todo exilio, de toda opresión, de toda esclavitud moral y material, hacia "los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que habita la justicia" (2 P 3, 13). A su intercesión materna encomendamos las esperanza de paz y de salvación de los hombres de nuestro tiempo". […]

[…] en unión espiritual con la Virgen María, Nuestra Señora del Adviento. Pongamos nuestra mano en la suya y entremos con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a su Iglesia, para el bien de toda la humanidad. Como María, y con su ayuda materna, seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que el Dios de la paz nos santifique plenamente, y la Iglesia se convierta en signo e instrumento de esperanza para todos los hombres […]